Bienvenidos

"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















22 de noviembre de 2011

Los Pegimun

En una casa escondida entre los árboles, viven Los Pegimun*, una familia de criaturas muy especiales. ¿Por qué? Porque son INVISIBLES... Nosotros no podemos verlos ni a ellos ni a sus... Pegimuebles, sus pegiplatos, pegijuguetes y pegicacharros, ni tampo las pegsetas con las que pagan en el mercado.
No  tienen enemigos, salvo los malvados Brucolinos que acechan a los niños despistados.
Son felices, pero lo bueno no dura siempre. ¡Unos humanos pretenden instalarse en su preciosa casa! Tendrá que pedirles algunos poderes mágicos a Las Fuerzas del Bien, pero... ¿serán suficientes?

* Este cuento está indicado para niños de entre 8 y 10 años. No pierdas la oportunidad de regalar un magnifico cuento.       lospegimun@gmail.com

4 de octubre de 2011

De cara a la vida


Poco a poco Selma iba llenando su maleta. Además de la ropa y los enseres que pudiera necesitar, ésta, contenía ilusiones. Precisamente, eran  esas ilusiones las que ocupaban el mayor espacio en su valija. Pero aquello, no era tangible, el  peso de aquel sueño, había estado viajando con ella desde que fue consciente de lo que realmente la pasaba, estaba en su cabeza,  unido a los recuerdos, envuelto en los llantos, en las noches en vela, en los reproches recibidos, en las sonrisas digeridas, todo aquello, había conseguido soportarlo cada momento de su vida. Dentro de aquella maleta viajaba su quimera, pero a la vez, ella era consciente de que a pesar del paso del tiempo, a pesar de que la ley la protegía, a pesar de que ya no estaba mal visto socialmente como hace años, siempre quedaría algo o alguien que en algún lugar y en algún momento la recordara qué… el género que figuró el día de su nacimiento era masculino. Ya estaba preparada, no llevaba muchas cosas, la cerró conscientemente, dando por hecho que todo lo que necesitaba estaba dentro.  El tren salía a las dos de la tarde,   aún  era muy  temprano para dirigirse a la estación.

Antes de partir debía despedirse de Aurora, su vecina, la íntima amiga de su madre, su paño de lágrimas, su defensora, su cobijo, su regazo, su confidente fiel y leal. Cogió las llaves y bajó las escaleras. Al llegar a su puerta se detuvo un momento, sentía pena por dejar sola a la mujer, sabia cuanto había luchado en contra de la soledad, y ahora, era ella quien la abandonaba, solo por un tiempo, si, pero… eran los peores años, su edad avanzada la hacía dependiente, no sólo física  sino afectivamente. Tocó con los nudillos como siempre hacia para que ella supiera quien llamaba. Mientras la mujer se acercaba a la puerta, ella escuchaba sus pasos cortos y cansados, acompañados del sonido que su bastón producía al golpear la madera del viejo piso. Selma recordaba lo que aquella mujer menuda físicamente, pero grande y fuerte como una secuoya, había significado en su vida y en la de su madre. Era una de las pocas personas que a pesar de su edad, comprendía lo que la pasaba y la aceptaba tal y como era; igual… debido a la amistad que tuvo siempre con su madre, quien  la  hizo cómplice de los problemas que en casa surgían con su padre y su tozudez sobre el asunto. Selma sabía que Aurora era parte de su vida. Sin ella posiblemente hubiese sido aún más desgraciada de lo que fue, sin ella no hubiera podido soportar la vida junto a su padre, las vejaciones, los malos ratos; recordaba delante de esa puerta, las horas que había pasado en aquella casa, amparada en Aurora, consolada por ella, animada,  respaldada.  Recordaba… cuando siendo una adolescente, corría a sus brazos y lloraba amargamente cada vez que su padre la tomaba con ella. En un instante, a su cabeza acudieron recuerdos, momentos de sus vidas, trazos de historias contadas por las dos mujeres que habían sido su pilar; su madre, y  Aurora; remembranzas que comenzó a narrar interiormente como si estuviera contando esas pequeñas historias en un auditorio repleto:
… Sus vidas fueron paralelas en muchos sentidos,  Carmen, mi madre,  y Aurora, casi nacieron juntas como ellas solían decir.  Aurora, era huérfana de padre, y a pesar de los esfuerzos de su madre por sacarlas adelante, careció de muchas cosas, incluso de alimentos básicos. Mi abuela Lucia,  a pesar de no andar sobrada, cocinaba casi todos los días los pucheros con un par de cucharadas de más que gustosa acercaba a casa de Aurora; su marido, mi abuelo Vicente,  cuando traía algún que otro pescado de más, llamaba a gritos a Aurora  y se los daba antes de entrar en casa.  Juntas habían jugado a la pita, a la cuerda, a las chapas, incluso ganando en ocasiones a los chicos.  ¡Cómo se reían recordando anécdotas de aquellos malos pero divertidos tiempos! Igualmente juntas, aprendieron a bailar y a coser a la vez, en la cocina de la casa de la abuela Lucia y  al ritmo de las canciones que sonaban en la radio por las tardes, entre puntada y puntada, siempre,  bajo la atenta y cariñosa mirada de Inés, mi tía, quien debido a la polio que sufrió de niña quedó débil y enferma de por vida pero… a pesar de la dificultad que la suponía coser, lo hacía con destreza, consiguiendo con ello trabajar y aportar en casa el dinero que sacaba de los arreglos en las ropas  que hacia a las vecinas del barrio.  Mi madre siempre me contaba que las dos la sonreían y la besaban con pena; no era justo que una chica como Inés no pudiera divertirse, no pudiera pasear, no pudiera lucir lindos vestidos. Intentando compensarla, cuando regresaban de sus paseos, mi madre entraba derecha en la habitación que compartían; Inés continuaba dando puntadas, igual que la dejaron, o leyendo alguna novela; con una gran sonrisa se colocaba delante de ella, escondía sus manos en la espalda y  la decía: -abre la boca y cierra los ojos- y la metía en la boca un trozo de rosquilla de anís o una garrapiñada,  al mismo tiempo, mi madre posaba sobre la mesa de costura de mi tía Inés,  el paquete con las rosquillas o el cono de almendras; Inés, las saboreaba, las comía poco a poco,  incluso la duraban varios días.  

Mi madre y Aurora conocieron a sus respectivos novios, como no podía ser de otras maneras… juntas. Recuerdo cuantas veces Aurora le repitió a mi madre que no debió casarse con él;  aunque el aprecio era mutuo, ya que él, nunca pudo soportar la amistad que ellas tenían, y mucho menos a Aurora, que sin ningún pudor le soltaba en su cara todo aquello que no la parecía bien; él la miraba con odio y se revolvía en el sillón, jamás tuvo el valor de replicar ni una sola de las palabras que ella le echaba en cara, pero eso sí, en el momento que desaparecía de su vista, por su boca salían todo tipo de improperios que casi siempre terminaban con una fuerte discusión entre mi madre y él.   Tengo entendido que de recién casados, mi madre, llevada por el enamoramiento se dejó influenciar; él consiguió que durante un tiempo las dos dejaran de hablarse,  al menos eso era lo que mi padre creía, ya que ellas se  veían a escondidas  cuando iban al mercado; se sentaban en un banco de la Plaza de las Viejas y hablaban de sus cosas. Aquello duró unos años, hasta que un día, llegó a casa dando gritos y echando en cara a mi madre,  el engaño al que había estado sometido todo ese tiempo. Algún conocido las vio y se lo contó.  La discusión que hubo en casa, una de muchas, fue grande, pero mi madre se impuso y le dijo sin ningún recelo, qué nunca perdería la amistad que tenia con su amiga. Aquello le costó una bofetada que la dejó marcados los dedos en su mejilla izquierda durante horas. Lo recordaré siempre, a pesar de que era muy pequeña, aunque hubo alguna más, aquella, me marcó de una manera especial. Tal vez porque fue la primera que presencié. Con los dedos señalados y los ojos llenos de lágrimas,  mi madre  me agarró de una mano y nos fuimos a casa de  Aurora. Allí,  tomando  un café,  mi madre la contó acaloradamente, todos los detalles de la discusión que había tenido con su marido.
  
Como ya dije, Aurora,  era huérfana de padre desde muy pequeña, y su madre falleció cuando apenas tenia catorce años. Su única hermana, Margarita, se enamoró  de un francés,  el primo del frutero que había cerca de su casa; esta sin dar demasiada explicación, un día la dijo que se casaba y  en un abrir y cerrar de ojos  así lo hicieron; prepararon la maleta y se fueron a  Francia.
El tiempo hizo lo demás, poco a poco las cartas eran cada vez mas espaciadas, apenas una o dos al año y así,  fueron perdiendo el contacto,  la última que recibió lo hizo unas navidades, en ella contaba Margarita, que junto al Francés, como  Aurora  llamaba  al hombre que se llevó a su hermana; habían puesto en Lyon una  boulangerie.

Aurora no se casó; cuando faltaban apenas dos meses para su enlace, el hombre al que ella amaba, deseaba, e incluso idolatraba, sin decir adiós, y con la maleta llena de planes, un buen día la dejó sola; eso si, de una manera totalmente involuntaria. Salió a pescar como hacia tantas y tantas mañanas y una gran ola, desplazó su pequeña embarcación contra las rocas  con tal virulencia, que dejó el cuerpo inerte de Federico pegado a las mismas. Aquello fue para ella como la muerte en vida, realmente comenzó a darse cuenta de su soledad. Después de muchos meses, sin saber que hacer, sin fuerzas para comer tan siquiera, se acercó a casa de mi madre que aún estaba viviendo con mis abuelos y la pidió que la ayudara,  había tomado una decisión pero necesitaba que alguien la apoyara. La decisión de Aurora, no era ni más ni menos que…, alquilar las habitaciones de su casa, convertirla en una pensión. Mi madre, me contaba que cuando ella la expuso la idea, no entendía muy bien a que venia aquello, ¿Por qué no podía seguir en la pescadería de Rita donde trabajaba desde cría?, ¿Qué necesitad tenia en complicarse así la vida? Los motivos que ella le dio, fueron suficientes, enseguida la comprendió. No sólo la entendió, sino que la ayudó en todo lo que pudo, los ratos que su trabajo la dejaba libres, los ocupaba en los arreglos y el acondicionamiento de la vivienda;  entre las dos consiguieron crear una pensión pequeña y acogedora que mantuvo sus cinco habitaciones completas durante muchos años.  Con ello,  Aurora consiguió su propósito. El cual,  no era ni mas ni menos que el de no estar sola, el de no ver su casa vacía.  Evitó los sonoros ecos que aquella casa producía y poco a poco  debido a sus muchas ocupaciones, había conseguido olvidar; a cambio, la  casa y su vida se llenaron  de historias  y voces que sus huéspedes traían. Consiguió ser amiga de ellos, confidente, y en muchas ocasiones en ella encontraron el  apoyo que necesitaban. Fueron y aún son muchos los que la escriben, e incluso la envían flores por su cumpleaños o pequeños regalos en Navidad, todo ello como agradecimiento por los muchos y desinteresados favores que ella les hizo.

La puerta se abrió y devolvió súbitamente a Selma a la realidad. La anciana, cogió las mano de la chica,  con una gran sonrisa pero los ojos llenos de lágrimas, las cuales apenas la permitían  ver con claridad a Selma,  la despidió sin apenas decir palabra, acercó su cuerpo al de ella y la abrazó intentando que sintiera, todo el cariño que la tenia, bajó la mirada y sacó un pañuelo del bolsillo, después de secarse los ojos, tomó aire y la  pidió que le diera noticias de ella, que le llamara para contarla como estaba aunque,  de todos modos, si ella no lo hacia, sería la anciana quien la llamaría. Le preguntó por su vuelta y le ofreció sus cuidados si fuesen necesarios, Selma la agradeció su cariño y la dijo que no se preocupara, que serian unos meses solamente y luego regresaría al barrio. Al contestarla, Selma dudó de que aquello fuera así, en principio no entraba en sus planes regresar pronto, se iba a dar un tiempo en aquella ciudad, quería vivir alguna experiencia nueva; había tomado una decisión y en  ella iban otras muchas, como posiblemente, la de no volver  al menos en mucho tiempo; afortunadamente su negocio funcionaba a la perfección sin ella, después de años de duro trabajo, había encontrado un personal eficiente que desarrollaba sus funciones sin ningún problema, las compras necesarias podía efectuarlas ella desde cualquier lugar, su encargada y además amiga, conocía todos y cada uno de los pasos necesarios que debía de dar en el mundo en el que se movía.

Salió del portal y cruzó la calle. Dando los buenos días como era su costumbre, con la sonrisa en la boca y un alto tono de voz, se sentó en la barra del café “La Zona” como cada mañana.  No era necesario que pidiera, Carlos, el camarero, conocía perfectamente lo que Selma tomaba, un zumo de tomate, un café muy caliente y una tostada completita.  La cafetería no estaba muy animada aquella mañana. Departió un momento con Carlos mientras preparaba su desayuno, se le tomó tranquilamente y luego se levantó. El hombre extrañado preguntó si ya se iba, pues ella, acostumbraba a quedarse al menos media hora, contestando afirmativamente, salió diciendo,   -hasta mañana-.  Qué gracia la hacia notar como Carlos la miraba cuando salía, en los cristales de la puerta le veía reflejado, observándola; pudiera decirse que incluso con deseo, a Selma aquello le hacia mucha gracia, y no podía olvidar las veces que Carlos, siendo pequeños se había mofado de ella por ser diferente de los demás muchachos. Sin embargo a medida que iban creciendo el fue el primero en entender lo que la pasaba. Hoy para él, Selma era toda una mujer. ¡Quién lo hubiera dicho años atrás!

Ya se acercaba la hora, entró en su casa y lo primero que vio, fue su equipaje esperándola en el hall.  Agarró su maleta con fuerza, levantó la cabeza y esbozó una gran sonrisa, dando un sonoro y seco portazo, cerró la puerta finiquitando con este gesto años de incomprensión, noches de llanto desconsolado, charlas interminables con su madre, quien con su mejor voluntad, intentaba hacerla ver, que estaba equivocada, qué era un chico estupendo y que cuando encontrara una chica especial, el hombre que estaba fuera de ella resurgiría por dentro. Aquello era algo que tanto ella como su madre percibían que no sucedería  nunca,  aún más, cuando tomó la decisión de empezar a  medicarse  y su cuerpo poco a poco empezó a cambiar.  No fue difícil ir notando como sus rasgos faciales iban suavizándose y  su pequeño cuerpo se iba tornando más femenino. Caro fue el precio que tuvo que pagar.  Ahora, por fin, iba a culminar su sueño.

 Ya en la estación, se sentó en el andén a fumar un cigarrillo, el tren ya estaba allí pero aún faltaban unos cuantos minutos para su salida, disfrutó de él como quien bebe un vaso de agua fresca un día caluroso de verano.

Eran tantos los recuerdos que asomaban en su mente que se agolpaban unos tras otros, mostrando solamente el principio de cada uno, aunque rápidamente recordaba todas las escenas y  las encadenaba sin dar tiempo a su cabeza a descansar; el pueblo, su padre, el colegio, los amigos, los desprecios, las risas, los líos, los amores imposibles, su madre… Si, ella, su verdadero motor, su fuerza, su apoyo constante, ella y  Paca, solo ellas la habían comprendido. Sin abandonar sus pensamientos subió al tren y tomó asiento al lado de la  ventanilla, la cual, había escogido como compañera de viaje, seguiría pensando en su pasado e intentando vislumbrar lo que el futuro la podía deparar,  al menos eso era lo que ella deseaba.

Cuando el tren se puso en marcha, el estómago le dio un vuelco, cerró los ojos y se agarró la barriga.  No era capaz de reconocer  la sensación que tenia, nunca se había sentido así, era como si su libertad, retenida en los rincones de las arterias, comenzara a fluir a lo largo de las venas llevando por todo su cuerpo frescura y alegría.

Con la cabeza apoyada en la ventana y los ojos cerrados, noto como el tren se paraba en una estación, no le apeteció abrirlos ni tan siquiera para mirar donde estaba. Aquel no era su destino, para el suyo quedaban aún alguna que otra hora. Notó a su izquierda, como alguien al sentarse  rozaba  su brazo sin querer. Ella se revolvió en su sitio como molesta, abrió los ojos y se colocó erguida en su asiento.  Giró la cabeza hacia el lado de la ventana y por el reflejo del cristal pudo ver a la persona que estaba a su lado.

Era un hombre de unos cincuenta  y muchos o sesenta años, debía de ser bastante alto, su cara tenía una pequeña sonrisa dibujada,  su pelo era más bien escaso, la pareció que sus ojos eran claros o al menos tenían un brillo especial, chispeantes, pensó en ese momento.

El hombre dirigió la mirada hacia la ventana y en el mismo reflejo por el que Selma le observaba se percató de que le miraba, sonrió y la saludó. Ella, volvió la cabeza hacia él y replicó amablemente. Casi sin saber como, se encontró escuchando las explicaciones que el hombre le daba. Empezó a contarla que había estado a punto de perder el tren por su mala cabeza. Como siempre, no recordaba donde había dejado los billetes y no era capaz de encontrarlos, al fin estaban en el sitio apropiado, donde debería de haber mirado primero, en el bolsillo del maletín de mano. Siguió contando que se dirigía a casa de su hija, se había prejubilado  de su trabajo, estaba solo y llevaba tiempo dándole vueltas al tema. Su hija se había quedado viuda el pasado enero, su marido sufrió un infarto mientras conducía y tuvo un accidente , el yerno había muerto del golpe que se dio en el coche mas que del infarto, que según le informaron a su hija no había sido tan fuerte como para matarle. El caso era que se había quedado sola con dos pequeñas que según la contó, eran las niñas de sus ojos. La enumero una cantidad terrible de cosas que las niñas hacían o dejaban de hacer, le narró las conversaciones que tenia con ellas por teléfono y todo lo que le contaban diariamente. A Selma la cabeza la empezaba a explotar pero no sabia muy bien como hacer callar a aquel pasajero que se había sentado junto a ella. El hombre continuaba hablando sin descanso, Selma le miraba y asentía con la cabeza, notaba en él la necesidad de hablar, de contar sus cosas, de compartir la alegría que sentía por la decisión que había tomado. Aunque si bien era cierto Selma, apenas prestaba atención a sus comentarios, su cabeza estaba en otra parte no obstante, sus gestos daban muestra de atención al monólogo que mantenía su compañero de viaje.

En un momento de la conversación el hombre le pregunto donde iba, cual era su destino.  Selma se quedó mirando y de repente se dio cuenta que aquella persona esperaba una respuesta, pero no era capaz de saber que contestar, sus pensamientos no la habían permitido oír la conversación del hombre desde hacia un buen rato, por lo tanto con una sonrisa exagerada se inclinó hacia él y le dijo –perdón, ¿decía usted?-

Selma pensó rápidamente, no le apetecía dar explicaciones a ese hombre que acababa de conocer,  además qué le iba a contar, ¿Qué iba a someterse a una intervención de vaginoplastia?, ¿Qué era el sueño de su vida?, ¿Qué gracias a su madre se iba a poder operar?, Le iba a contar… ¿Qué su padre la odió hasta la muerte por ser diferente?, ¿Qué ha sufrido en todas las etapas de su vida por su condición?, ¿Qué su madre se pasó casi todo la vida  ahorrando sin que ella lo supiera para dejarla el dinero suficiente con el cual pudiera realizar su sueño y comenzar una nueva vida?.  Eso le iba a decir  a aquel pasajero con cara de felicidad y vida sosegada.  Mejor no.

Selma, se recolocó en su asiento, miró por la ventanilla y observó el paisaje, le indicó a su acompañante lo bello que estaba el día y como lucían  hermosas las montañas que de lejos se divisaban, le indicó que aquel paisaje le recordaba su infancia, cuando vivía en Italia y hacia excursiones con sus padres a lo largo y ancho del país, siempre en tren. Se giró hacia su compañero de viaje y  posando su espalda en la ventanilla  cruzó sus largas y delgadas piernas y se retiró el pelo de la cara.

Bien amigo, mi estación esta un poco más alejada que su  destino,
 -comenzó a decirle- . Le contó que iba a visitar a su hermana  ésta había tenido mellizos a los cuales deseaba conocer. Los pequeños tenían apenas diez días y ella aprovechaba el momento, porque su marido estaba de viaje en Dubai. Era ingeniero y a su empresa  le habían concedido la construcción de una gran torre. Por ese motivo  debería de estar allí largas  temporadas, por lo tanto no podía ser mejor momento para ir a ver a sus sobrinos. Le contó que por supuesto ella podía haber viajado con él, pero no era un lugar al que le apetecía  ir, a pesar de todo lo que le  habían contado de aquella ciudad; el lujo, los edificios, los grandes centros comerciales, la verdad es que no la tentaba en absoluto,  pasarse allí un montón de meses. Ni ella misma  daba crédito a las palabras que salían de su boca, ligaba una mentira tras otra sin ningún reparo, con la naturalidad propia de cualquiera  que narra su  vida y a la vez  experimenta la dicha de compartirla con alguien. El hombre la miraba y la escuchaba con interés, se notaba en su cara que todo aquello que Selma le contaba le estaba entusiasmando, la hacia preguntas sobre sus comentarios y mantenía una conversación fluida y rápida, tanto que  sin saber muy bien como, el hombre le preguntó por que motivo había pasado su infancia en Italia, a caso, ¿sus padres eran italianos? – preguntó-.

Sin apenas pensarlo, Selma decidió seguir contando  esa historia que llevaba dentro, esos sueños que de niña  siempre tuvo. Por que no, se dijo a si misma.  Cuando ya era una adolescente y su padre la insultaba y la podía en ridículo por su condición, se evadía del mundo, cerraba los ojos y soñaba.

Volvió a echar hacia atrás el mechón de pelo que de vez en cuando caía sobre su cara y se dispuso a contestar a su compañero de viaje. Su historia estaba engendrada sólo tenia que disponerse a narrarla. Pues verá querido compañero, - le dijo con una sonrisa melosa-.  Contó que sus padres, se habían conocido en Venecia.  Ambos fueron de vacaciones con sus respectivos amigos. Su madre había ido con sus compañeras de clase para festejar el fin del curso y su padre, estaba en casa de unos amigos de la familia que le habían invitado. Estos tenían en Lido una bonita casa que frecuentaban solamente en el verano,  la cual siempre estaba llena de gente.  Aprovechó estos datos para incluir sus comentarios sobre Lido, lo mucho que le había gustado y la tranquilidad que se respiraba en aquella isla, aún en pleno verano y abarrotada de gente su encanto cautivaba casi tanto como la misma Venecia. – ella jamás había estado allí-. Bueno sigo que me desvío,  -le indicó-.   Sus padres siempre decían que aquel fue un instante mágico, los dos quedaban unidos en ese momento, aunque  tuvieron que pasar unos cuantos años para compartir su vida. Después, el destino o   más bien, el trabajo de su padre, el cual había sido funcionario en la embajada española les llevaron a vivir a Italia durante muchos años, aunque tanto su hermana como ella vinieron a estudiar a España cuando fueron mayores. De ahí, que hubiera recorrido Italia en tren, igual que lo había hecho en España cuando sus padres regresaron. Su padre era un entusiasta  del ferrocarril y aprovechaba cualquier oportunidad para contar algo relacionado con el mismo siempre que estos viajaban.  Su compañero ocasional,  la miró y le hizo notar el entusiasmo que mostraba al hablar de su padre. Selma bajó la cabeza y notó como sus ojos de llenaban de lagrimas, en lo mas hondo de su pecho sintió un pellizco, de rabia tal vez. Estaba describiendo un personaje, no a su padre, en aquel momento tuvo ganas de decirle como era realmente su padre, cuando habían sufrido su madre y ella. Su madre, que había soportado durante años la convivencia con un ser egoísta y enfermo.  Pero no podía, eso rompería la magia  y mataría su historia. Levantó la cabeza y esbozó otra sonrisa.  El pasajero, admiró la vida que Selma había tenido, el hombre la dijo que viajar era algo que siempre había deseado, pero de joven no pudo  por falta de dinero y después  cuando se casó, el trabajo absorbía todo su tiempo, ahora cuando al fin podía hacerlo,  sus ganas y sus ilusiones se habían apagado.  El tren redujo su marcha disponiéndose a parar y Selma como si aquello fuera una señal,  sintió remordimiento de todo cuanto  estaba diciendo. No era justo engañar a aquel hombre con esa historia. ¿Qué sabia ella de ese pasajero? y mas, quien era ella para juzgar su dicha, tal vez su pasado tampoco hubiera sido maravilloso, quizás su presente no era feliz, y su futuro, quien sabe como iba a ser.  El hombre se levantó deprisa al darse cuenta que llegaba a su  estación, recogió sus maleta y miró a Selma.

Ha sido un placer viajar con usted señora, -le dijo-,  espero que todos sus deseos se cumplan. La vida me ha enseñado a leer en los ojos de los demás, créame cuenta muy bien las historias pero aún no ha cultivado el  control de sus gestos. Sea cual fuese lo que ha omitido formaba parte de su vida y la vida de cada uno debe de ser salvaguardada por uno mismo y yo eso, lo entiendo, pero  contar otra vida para cubrir con ello las desdichas sufridas, nunca paliará el sufrimiento. Selma, levantó su cabeza y miró fijamente a los ojos del pasajero.  Tiene usted razón, - contestó- pero para mí, estas han sido las horas más felices que he vivido en mucho tiempo. Tal vez porque  esta historia no formaba parte de mi vida, porque siempre fue un sueño, que hoy, de alguna manera  he compartido con usted. Lo siento.

Selma miró con disimulo como aquel hombre se alejaba por el  pasillo del vagón; él, al  pasar junto a la ventanilla donde ella estaba sentada, levantó la cabeza en señal de saludo y continuó caminando lentamente por el andén. El tren volvió a ponerse en marcha, la próxima parada era la suya, iba a comenzar una nueva vida, pasado mañana estaría en un quirófano donde después de unas horas, despertaría con un nuevo sexo, despertaría a la vida que siempre había deseado, despertaría por fin dejando atrás su pesadilla. Pero… ¿Realmente aquello iba a cambiar su mundo, iba a hacer que fuera mejor persona, iba a cambiar algo? Aquellas respuestas estaban por llegar, solamente el tiempo haría notar las diferencias. Ahora tenia que centrarse, debía caminar firme, pero no tenia que olvidar nunca, como fue el sendero que la llevo a la meta.
Bastaron unos minutos que Selma apenas notó, para escuchar por la megafonía, la voz melodiosa e impersonal que anunciaba su estación de destino. Sacó de su bolso el neceser de maquillaje y buscó tranquilamente el perfilador y la barra de labios, giró su cabeza hacia la ventanilla y con la mayor normalidad, se perfiló los labios, a continuación, deslizó sobre ellos el carmín rojo que tanto la gustaba. Muy despacio, comenzó a recoger sus enseres, se  levantó, colocó su abrigo sobre los hombros y dejó que pasaran delante de ellas las personas que viajan en su vagón. Cuando ya no quedaba nadie, miró a ambos lados; peinó sus cabellos con los dedos, meneó su cabeza ágilmente, se colocó las gafas de sol y centró de nuevo la  prenda en sus hombros. Una vez en el andén, posó su equipaje, inspiró despacio y largamente el aire de aquel lugar; a medida que entraba en sus pulmones, sentía como todo su cuerpo se llenaba de vida, como recibía el  oxígeno nuevo que necesitaba todo su organismo; tiró con rabia del mango de su maleta, levantó la cabeza y comenzó a caminar segura, altanera, lozana, fresca,  todo en ella rebosaba vida, iba de frente, con la mirada fija en la puerta de la estación.  Por fin comenzaba a vivir, ahora, pasara lo que pasase, ella iba a ser para siempre Selma Palot Truhán,  aunque en su partida de nacimiento alguien pusiera, Vicente Palot Truhán. Por fin comenzaba a ver la meta, a partir de ahora  ya estaba  yendo… de cara a la vida.


16 de junio de 2011

Espera

Sentado en el escalón de acceso, esperaba impaciente su llegada.
Nunca antes tuvo una sensación así. Su respiración agitada, avivada por la prisa en llegar,  iba volviendo a la normalidad pero sus nervios, a medida que el tiempo pasaba se agudizaban.
Por allí no aparecía nadie. Los pocos que lo hacían distraídos en sus pensamientos,  pasaban por delante de su cara sin tan siquiera mirar.
El ojeaba una y otra vez el reloj, sacaba su teléfono y observaba la pantalla a la espera de alguna llamada; algún mensaje, algo que le indicará la llegada que tanto esperaba.
Al mover su cabeza hacia la derecha, advirtió como el autobús se aproximaba. Se levantó despacio y sacudió su trasero con ambas manos. Dio un par de pasos hacia delante, pero sin llegar a la parada porque  no quería que se  notara en exceso su ansia.  El bus pasó deprisa, no interrumpió su marcha.
Mirando como se alejaba, volvió a sentarse de nuevo. Ahora,  poco a poco notaba como la tranquilidad  iba ganando fuerza a su inquietud.  La espera ya no le excitaba.  
Al cabo de un rato, un coche a su izquierda paró y a  lo lejos pudo advertir como alguien se  bajaba.
¡Ya está! Por fin llega  - pensó -  
El transeúnte anduvo durante un instante en su dirección y él, ya dispuesto, en pie, esperando para saludar, casi con la mano tendida, vio como aquel daba un giro y cruzaba la calle.  No seguía la dirección que podía llevarle hasta él. Acercándose deprisa otra persona lo interceptaba. Después de unos segundos de charla,  ambos en la misma dirección caminaban y poco a poco de él la distancia se agrandaba.
Volvió de nuevo a sentarse. Otra vez miró el reloj, sacó el móvil nuevamente y lo observó. Era extraño, mucho tiempo allí sentado y no acababa de aparecer. No pasaba nada.  
La mañana se animaba y el ir de venir ya era constante. Algunos según se acercaban le miraban fijamente y él pensaba: ¡Ya está aquí! ¡Ese es! ¡Ya llega! ¡Claro!... vine demasiado pronto y por eso ha sido la espera tan larga. Pero… Para nada.
Frente a él nadie paraba, nadie le daba la oportunidad que estaba esperando, nadie le decía nada.
¡Al fin una señal! El móvil sonaba. Los pitidos constantes del aparato que descansaba sobre los dedos de su mano, y la luz  que intermitentemente se irradiaba, indicaban que un mensaje de texto entraba.
Su corazón se aceleró hasta el punto de notar en su pecho como palpitaba. Posó sobre el  mismo su dedo y de repente el texto  apareció en su pantalla. Decía:

“Si la oportunidad no llega, si la estas viendo pero siempre de ti se aleja. Levántate y camina en la dirección dónde vaya. No sirve desearla, hay que agarrarla con fuerza y trabajársela. Sentado y de espera nada llega.  O... la  provocas y la persigues, o solamente verás como por delante con otros, se pasea”

25 de abril de 2011

La percepción de Manuela


Los ojos de Manuela observaban con atención la escena  desde la ventana del comedor de su casa. Fuera, sus padres discutían.
Aquello se había convertido en algo cotidiano. Bien a una hora; bien a otra, las riñas entre ellos eran algo común desde hacía unos días. Manuela se dirigió a la puerta de entrada y la abrió. Ellos se volvieron hacia la pequeña a la vez y soltaron un grito: – ¡Entra y cierra!  
- ¡Mira qué bien!... en algo están de acuerdo – Pensó la niña.
La verdad es que aquella situación comenzaba a molestarla. Sabía por sus amigas y compañeras del colegio, que así habían empezado los padres de muchas de ellas y...  el final de aquellas discusiones, era en la mayoría de los casos el mismo. El divorcio.
Manuela comprendía lo que era aquello, de hecho había vivido con ellas, los malos ratos que algunas pasaban durante un tiempo debido a la adaptación a esa nueva vida; la cual,  las obligaba a desplazarse de un lado a otro cada fin de semana o, la añoranza diaria de uno de los dos, en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas la del padre. Después, con el paso del tiempo, ella  había notado como aquellas niñas iban recuperando la alegría e incluso, se sentían a gusto. El motivo era bien sencillo;  tanto unos como otros, consentían más sus caprichos y trataban en todo momento de tener contentos a sus hijos.  Disfrutaban de dos casas, y en  ellas, disponían de su propia habitación, tenían  dos regalos y dos fiestas de cumpleaños, en definitiva, todo se duplicaba.
La relación con su padre era especial y no podía imaginar lo que sería su vida sin verle todos los días. Al contrario que sus amigas, Manuela era con él, con quién pasaba más horas. Con él hacía los deberes, era él quien la llevaba a las diferentes actividades extraescolares que tenía a diario. Todas esas cosas eran motivo de complicidad entre ellos. Ella le gastaba bromas constantemente. Escuchaba las conversaciones que las madres tenían y luego le preguntaba con un aire socarrón… -¿Has tomado nota de la receta de pastel de nueces que han comentado?
Por otra parte la niña, también soportaba los latiguillos de los otros chicos cuando estos preguntaban por su madre, o las risas de todos  ellos cuando por ejemplo; había que llevar una camisa con remiendo cosida y algún gracioso preguntaba… ¿La cosió tu padre Manuela?  Pero todo eso a ella no la importaba lo mas mínimo. Ella sabía que en su casa, los trabajos estaban repartidos de otra manera y que era su madre, la que pasaba más tiempo en el trabajo. El despacho que dirigía Begoña,  absorbía todo su tiempo. Ricardo por su parte, aceptó de buena gana el rol de “amo de casa” cuando su mujer le planteó la posibilidad de ascender en su carrera.  No dudó un momento en que ella siguiera adelante; al contrario, apoyó su decisión. Él tenia suerte, su trabajo en el Banco le permitía disfrutar de  un horario  adecuado a sus necesidades familiares. Le daba la posibilidad de cuidar y atender a su hija.
De todo aquello Manuela era consciente. Asumió desde el primer día la situación. Sus padres se encargaron de hacerla ver, que el mundo actual ofrece oportunidades tanto a hombres como a mujeres y que en esta ocasión, su madre, era la persona que iba a llevar el peso del trabajo que se desarrolla fuera de casa. Por lo tanto, ella lo veía como algo natural. Jamás  la reprochaba; aceptaba los viajes de su progenitora igual que otros compañeros lo hacían con los de sus padres. Tampoco se sentía abandonada por ella, ni mucho menos. La quería como cualquier hija puede querer a su madre. Eso sí, en  ocasiones sentía envidia de sus compañeras que siempre estaban arropadas por sus mamás.
Pero ella, a decir verdad,  era  con su padre  con quien se sentía más a gusto. No sabía muy bien cual era el motivo pero, había muchas cosas que prefería hacer con él antes que con su madre. Ir de compras por ejemplo. Él la permitía probarse toda la ropa que quería. Su madre al contrario, la mayoría de las veces, la colocaba en la mano las prendas que a ella le gustaban y la mandaba ponérselas. También la preparación de la cena era un momento especial para Manuela. Su padre y ella, se pasaban un buen rato en la cocina disponiéndola. Begoña mientras tanto, seguía trabajando. Los fines de semana podía ser que su madre hiciera la comida, pero en la mayoría de las ocasiones; era enviada por algún restaurante, iban a comer fuera o, recibían la visitaban a la abuela Lucía que les traía unos maravillosos tupper llenos de ricas croquetas, albóndigas, cocidos y un sinfín de manjares que Manuela agradecía.  Muchas veces, escuchaba a su abuela como le decía a su padre:
-Si no fuera por mi  ¿Qué ibas a comer?, anda que tu mujer bien podía aprender a hacer algo eh - 
A Manuela aquello la hacia mucha gracias, entraba en la cocina y abrazaba a la  abuela Lucia  dándola las gracias por aquellas ricas comidas que le hacía.
Pero ahora estaba preocupada,  no la gustaba la situación que estaba viviendo en casa. Era consciente de lo que estaba pasando y aunque no se atrevía a preguntar nada, observaba cada gesto, cada movimiento, cada conversación que sus padres tenían.  Estaba claro lo que iba a pasar, sabía que era cuestión de tiempo que sus padres se separaran. No hacía falta ser muy lista ni más mayor, para darse cuenta de la situación. Ellos no se soportaban, lo mismo que ella no aguantaba a Felipe, su compañero insoportable de mesa. La diferencia era que a Felipe ella no le quería y a sus padres si, y sabía que iba a tener que perder sino el cariño, si su cuidado y  compañía diaria.
Intentó investigar por su parte. Sin decir nada a nadie, comenzó a conversar con niñas que tenían los padres separados. Se dio cuenta de un pequeño detalle, todas vivían con sus madres. Aquello era precisamente lo que mas la preocupaba. ¿Qué iba hacer ella sola todo el día en casa hasta que su madre llegara? ¿Cómo iba a vivir sin su padre?
Jimena una de sus amigas de clase, era una de ellas desde hacía poco tiempo. La niña nunca ocultó a sus compañeras lo que pasaba y todas  conocieron el proceso día a día, ya que la pequeña se encargaba de contar a sus amigas, todos y cada uno de los detalles. Recordó como  la contó detalladamente, que la habían llevado a hablar con un señor muy serio que la hizo un montón de preguntas; ella no sabía quien era, pero después su madre la explicó que era el Juez que llevaba el  divorcio, y la persona con la que ella había entrado en aquella habitación forrada de madera con unos cuadros horrorosos y un olor ha cerrado que hacia irrespirable el ambiente, era la abogada de su madre.
 Una tarde, su madre llegó a casa mucho antes de la hora en que normalmente lo hacia. Era tan pronto, que Manuela aún no había terminado los deberes.
-          Hola hija. ¿qué tal lo llevas? ¿Te falta mucho?
-          No, estoy ya con las mates, enseguida acabo, ¿por qué? ¿vamos a algún sitio?
Su madre la sonrió y la contestó negativamente con un movimiento de cabeza.
Ricardo que estaba pintando tal y como hacía  todos los días mientras Manuela terminaba sus deberes, dejó los pinceles en el bote del agua y fue detrás de su mujer hacia la cocina. Manuela, escuchó cómo la cafetera se ponía en marcha y el susurro de la conversación de los dos adultos.
Al cabo de un rato, sus padres entraron en la sala y se sentaron junto a ella. Manuela levantó la vista de su cuaderno de matemáticas y les miró a ambos. El momento había llegado, tal y como todas y cada una de sus amigas le habían dicho. Ya estaban allí los dos sentados, aparentemente tranquilos, relajados, mirando a la niña como si fueran a contarle algo, y… realmente, eso era lo que iban hacer.  Contarla algo. Algo que Manuela no quería escuchar; algo, para lo que todavía no estaba preparada.
Manuela cerró la libreta y posó su lapicero sobre ella. Levantó la cabeza y preguntó
- ¿Qué pasa? –
Los dos adultos se miraron sorprendidos. La dureza en la voz al realizar la pregunta, les dejó helados, nunca habían visto a su hija como lo estaban haciendo en ese momento. La carne se les puso de gallina y, por un momento los dos tuvieron la sensación de que Manuela sabía perfectamente lo que tenían que decirla.
-Tenemos que darte una noticia – le dijo Ricardo mientras agarraba su mano.
Manuela la apartó con rabia y la metió debajo de la mesa.
Los dos se sentían desconcertados. Conocían a su hija y sabían como era, pero estaban descubriendo una actitud en la pequeña que no entendían a que respondía.
La niña desplazó con sus piernas la silla hacia atrás haciendo fuerza con ellas y se levantó.
- ¡¿Os vais a separar verdad?! – dijo casi gritando. 
La sorpresa de Ricardo fue tal, que instintivamente también se puso en pie. Begoña por su parte, estiró su brazo hacia la pequeña y la acercó a su regazo. La cara de Manuela, reflejaba dolor, rabia, y miedo; las lágrimas se acumulaban en sus ojos a una velocidad mayor de la que ella  misma podía retirárselas con la manga de su camisa.
-Cielo, pero… ¿Qué estas diciendo? ¿De dónde has sacado esa idea? – La preguntó Begoña a la vez que la acunaba sobre su pecho-
- No, eso no es lo que te queremos decir, es algo… mucho más bonito. Tanto cómo… que vas a tener dos hermanos.
Manuela se incorporó, abandonó el regazo de su madre y se acercó a su padre que de pie, la esperaba con los brazos abiertos.
-          Y… ¿para eso tanto misterio?, tanta discusión, tantos gritos, ¿Qué tiene de malo tener más hermanos?
-          ¡No sabíamos como decírtelo! Son dos bebes los que están en camino, va a ser duro para los tres. – Contestó su padre mientras acariciaba su cabeza.
-          Eso no importa, si estamos juntos, seremos felices. Si somos felices, no habrá nada que pueda con nosotros. ¡Vaya susto que he pasado! Llevo días pensando en que ibais a separaros.
La niña se acercó a la mesa, recogió sus libros, los abrazó con fuerza y comenzó a caminar hacia su  habitación; con una gran sonrisa en los labios se volvió y  les dijo:
- De verdad… ¡Qué tontos sois!

20 de marzo de 2011

Desesperadas

     Las dos se sentaron en la sala de su casa y pusieron sobre la mesa los gastos pendientes de pagar. Era el cuarto día del mes y sus números eran completamente rojos. Waldy sacó del bolsillo de su bata la cartilla del banco y la abrió por la última página. Acababa de subir del cajero donde la había puesto al día y el saldo era desolador. Deysi por su parte, acercó el bolso que estaba posado en el brazo del sofá e hizo lo propio con la suya. No merecía la pena ni usar el papel en blanco que tenían delante, a simple vista el dinero no llegaba. Los resultados eran totalmente negativos, necesitaban al menos el triple del dinero que tenían para poder subsistir ese mes. Después de tantos meses en el paro, sus ahorros estaban agotados. Habían intentado buscar trabajo. No importaba en que fuera, necesitaban seguir resistiendo, dar a sus hijos una vida mejor. No tenían opciones, ya no sabían que hacer. Sus trabajos temporales en casas como señoras de la limpieza por horas, no eran suficientes.
En silencio, sin saber que decir intentaban pensar. Era necesario buscar una solución, encontrar una salida.
Waldy pensaba en como había sido su estancia en este país. Llegaron llenas de ilusiones y vida. Los tres primeros años las cosas fueron bien, pudieron alquilar unas viviendas he incluso traer a sus hijos y alejarlos de las penurias y los peligros que acechan en su ciudad a los jóvenes sin medios. Con el paso del tiempo las circunstancias fueron cambiando, perdieron su trabajo y tuvieron que irse a vivir las dos juntas.
Compartían piso desde hacia dos años, y una con otra iban sobreviviendo; tirando del carro como podían. Desde el primer día decidieron ir a medias en todo. Lo llevaban estupendamente, con más o menos apuros cada una aportaba al mes la cantidad acordada. Habían logrado formar una “gran familia”, donde tanto los niños como ellas disfrutaban de una relación perfecta.
Ambas mujeres se miraron a los ojos. Deysi pregunto:
  • Qué… ¿lo hacemos?
  • No lo sé, no sé si podré, tu… ¿realmente puedes?
  • Yo estoy igual que tú. Pero lo que sí se, es que no podemos seguir así, por lo menos tenemos que intentarlo, tenemos que hacer de tripas corazón y tirar para adelante Waldy.
Aquello que tantas veces habían comentado entre risas y gracias estaba empezando a tomar forma. Pero… como podían hacer eso, ¿cómo iban a introducirse en ese mundo? Un mundo oscuro, desconocido y posiblemente lleno de peligros y riesgos de los que no eran conscientes.
  • De acuerdo. Lo haremos. – dijo Waldy
  • Bien. No creas que para mi es sencillo chica, se me abren las carnes de pensarlo. Vinimos huyendo de ello y vamos a tener que hacerlo aquí. ¡No es justo… no lo es!
  • Y… ¿por dónde empezamos?. Hablamos con alguien, buscamos a alguna compatriota que lo haga. Yo escuché a Espe, la rubia que trabaja en el super, decía que sabía de una conocida que lo hacia, un día se lo oí comentar en el bar. – sugirió Deysi -
  • No, no vamos a decir nada. No diremos ni media palabra. Lo haremos un tiempo, el justo para salir del paso, pero… tienes que prometerme que si encontramos un trabajo sea cual fuera, lo dejaremos. –contestó Waldy con orgullo. -
  • Si, por supuesto, sabes que así será, no importa que ganemos mucho o poco, con lo que sea nos arreglaremos. Te lo prometo, en cuanto encontremos algo, saldremos de la mierda.
Lo primero que se las ocurrió fue, poner un anuncio en el periódico, comprarían un teléfono móvil de pre-pago y trabajarían con él. En cuanto al lugar donde dar el servicio, la cosa se complicaba, debían buscar un sitio. En su casa no podían, los niños por la tarde estaban haciendo los deberes o entrando y saliendo constantemente. Eran cuatro niños que podían presentarse en cualquier momento. Otra opción podía ser, alquilar una habitación, pero no era viable, su plan no estaba diseñado para eso. Ellas debían estar siempre, una pendiente de la otra, nunca estarían solas durante el tiempo que alguna de las dos estuviese ocupada, se cuidarían mutuamente, por eso, debía de ser en un piso o un lugar que tuviera suficiente espacio como para que una de las dos no fuera vista, y ésta pudiera estar vigilante de lo que pasara dentro de la habitación. Pero… entonces ¿cómo hacerlo?

  • Ya esta… ¡Por la mañana! Lo haremos por la mañana y… será aquí. En casa. – indicó Deysi- Los chicos están en el colegio. Es mas difícil que vuelvan, además, siempre estará una de guardia con lo cual puede cubrir a la otra en caso de que alguno llegase. Afortunadamente la casa es grande y, en caso de que eso pasara, podemos despistar bien a los muchachos.
  • De acuerdo. Si, me parece buena idea. Utilizaremos la habitación del baño, además es la que está más cerca de la puerta de la calle. Por si acaso. – contestó Waldy -
La decisión ya estaba tomada. Deysi salió de casa y entró en la primera tienda de telefonía que encontró. Una vez que tuvo el número del teléfono, el siguiente paso era contratar el anuncio del periódico. Entró en un bareto pequeño que frecuentaba alguna vez y donde eran muchos los compatriotas que allí se reunían. El dueño, un cubano alegre con físico imponente, ya llevaba muchos años en el país, su clientela no era sólo emigrante sino también nacional. Su carácter dicharachero había ayudado mucho a la integración del bar en el barrio. Había sabido ganarse a la gente.
Pidió un café y se acertó hacia la esquina de la barra donde estaba posado el diario local. Se sentó en la mesa mas alejada de la vista del camarero y comenzó a pasar con disimulo las paginas. Cuando llegó a los anuncios por palabras, buscó entre ellos un teléfono, o la dirección donde poder dirigirse. Mientras, sus ojos repasaban de arriba hacia abajo y viceversa todos y cada uno de los recuadros existentes, notaba como su cara iba tornándose roja como un tomate, levantó la vista y observó que nadie se estaba fijando en ella, podía continuar con lo que estaba haciendo. Encontró y anotó lo que estaba buscando y memorizó algunas de las frases que figuraban en aquellos pequeños recuadros. Su mirada quedó perdida a través de la ventana que tenia a su izquierda durante unos segundos. Una mirada perdida que quizás intentaba buscar en el horizonte imaginario una salida que las permitiera no continuar el camino que habían iniciado.
Cuando recibieron la primera llamada en aquel móvil, se quedaron paralizadas. Realmente... ¿iban a ser capaces de llevar a cabo esa idea? Sentían vergüenza, miedo a lo desconocido, asco, rabia, impotencia, pero… no tenían otra salida. Si aquello las ayudaba a seguir viviendo, entonces era lo que tenían que hacer. Pronto sonó de nuevo el teléfono.
Prepararon la habitación. La primera cita era a las 10:00 de la mañana, y la segunda a las 11:30. Entre una y otra tenían tiempo de sobra para volver a dejarla en perfectas condiciones. Lo que no sabían todavía era quien iba a ser la primera. Sólo una se dejaría ver, la otra estaría atenta, por si pasara algún imprevisto.
Durante el tiempo que estuvieron preparándolo todo, ninguna de las dos dijo ni una palabra, la vergüenza las hacia guardar silencio, la complicidad no era suficiente para exponer sus miedos delante de la otra. Estaba llegando la hora, se sentaron en la cocina y encendieron un cigarro, con la taza de café en las manos Waldy no pudo aguantar más y rompió a llorar desconsoladamente.
  • ¿Por qué tenemos que hacer esto? ¿Por qué? No se si voy a ser capaz, no estoy preparada, ¡Dios! No puedo hacerlo.
  • Tranquila Waldy, lo haré yo primero. Tampoco tengo fuerzas, no creas, sólo pensarlo… pero… no tenemos más remedio. Tenemos que pagar las facturas, tenemos que comer, y… tenemos que hacerlo por ellos, por nuestros niños. – con sus palabras Deysi intentaba tranquilizarla-
  • ¿Qué crees que pensarían ellos, si se enteran de esto? ¿Qué clase de madres somos Deysi?
  • Ellos son pequeños, y además no tienen por qué enterarse. Viven en su mundo, ellos no son conscientes de los problemas que tenemos. Hay que hacerlo Waldy. Tenemos que hacerlo.
  • ¿Por qué no podemos trabajar como todo el mundo? Por Dios, con un poco más nos podemos arreglar, yo no estoy preparada, no puedo. - -Decía la chica con la voz entrecortada por los sollozos.-
El timbre del portal sonó fuerte y seco. Deysi, se levantó pausadamente, besó en la cabeza a su amiga y se dirigió a la entrada del piso dispuesta a contestar el telefonillo.
  • Ya viene, deséame suerte – Le dijo a su compañera, la cual, continuaba en la cocina paralizada.
  • ¿Suerte? … bonita palabra.

Deysi abrió la puerta sin esperar que el timbre sonara. Estaba pendiente de la llegada del forastero y no quería que estuviera parado delante de la puerta. Quizás algún vecino pudiera verle y eso las podía ocasionar problemas.
El hombre entró en la casa, saludo afectuosamente, como si la conociera de toda la vida. Se abalanzó hacia ella y la abrazó fuertemente a la vez que susurraba en su oído, groseras palabras. La chica le indicó la habitación, una vez dentro, Deysi cerró la puerta con cuidado. El hombre comenzaba a desvestirse apresuradamente y hablara sin parar. Ella le miraba sonriendo y contestando más con los ojos y con el cuerpo que con su propia voz.
  • Antes de nada, me puedes pagar… por favor – Fue la primer frase que Deysi le dirigió.
  • Si, ¡cómo no!.
La chica recogió el dinero y lo metió en una cajita que había encima de la cómoda. La mujer, se acercó a su cliente, cerró los ojos y se dejó llevar. Los minutos eran interminables. La respiración agitada y el aliento caliente de aquel hombre, recorría su cuerpo clavándose en él como si de puñales se tratara. No podía decir que la estuviera tratando mal, ni que exigiera nada que a Deysi le resultara mas desagradable aún, pero aquella estaba siendo la hora mas larga de su vida, era interminable, sólo pedía que el tiempo pasara, que aquel rato terminase pronto.
El cliente se levantó y la preguntó si podía darse una ducha. Ella con la mirada baja y a la vez que se incorporaba le contestó con un movimiento de cabeza señalándole el baño. No tardó ni cinco minutos, salió y comenzó a vestirse. Deysi aprovechó ese momento para entrar en el servio, no podía esperar más. Mientras estaba dentro, escuchó como se cerraba la puerta de casa. Entreabrió un poco la puerta y observó que el hombre no estaba, recorrió con la vista la habitación y su mirada se paró en la cómoda. Notó como la tapa de la caja donde había guardado el dinero estaba abierta, salió del baño y si dirigió hacía ella, para comprobar qué, efectivamente, lo que se le pasó por la cabeza había sucedido, aquel hombre se había llevado el dinero.
Estaba sentada en la cama, angustiada con lo que había pasado cuando entró Waldy a interesarse por ella.
  • ¿Qué tal?... ¿Qué ha pasado?... ¿Cómo ha sido?... ¡Cuenta mujer!
  • Me ha robado, ese cerdo se ha llevado el dinero.
  • -¿Qué? … pero…. ¿dónde lo dejaste?
  • En la caja, tal y como hablamos, entré un momento al baño, y… se lo llevó. ¡Joder! , he tenido que aguantar sus babas y sus asquerosas manos y… ¡Me ha robado el muy cerdo!
  • Esto, no va a funcionar Deysi. ¡No va a funcionar, yo no pienso abrir más la puerta de mi casa para esto!
  • Y… ¡qué hacemos ehh! ¡Dime! ¡qué hacemos!
  • No lo sé pero esto no. No… No.-



15 de febrero de 2011

Husayn

Franja de Gaza  -  Diciembre de  2008   
Husayn apoyó su diminuto y dolorido cuerpo sobre uno de los pilares que sostenía la ropa mojada. Con las manos en los bolsillos de su pequeño  y roído pantalón, se quedó mirando fijamente hacia los escombros.  Sintió los pies húmedos y al mirarlos comprobó que sólo tenía una zapatilla, levantó su pie derecho y lo colocó sobre el izquierdo.  Sentía frío. Al alzar la mirada, se dio cuenta de que no oía nada; sólo un zumbido atravesaba su cabeza. Cerró los ojos y se dejó caer. No era capaz de saber que era lo que estaba haciendo allí,  sentía dolor en su pecho y sus piernas apenas podían sostenerle. ¿Qué pasaba? ¿Quién era esa gente? Y... sobre todo porqué tuvo que salir de debajo del cuerpo de una mujer ensangrentada y rota. ¿Quién era ella?, y él, ¿Qué hacia allí?

Sin un destino concreto comenzó a caminar. A su paso iba sorteando cuerpos; sus ojos le mostraban… bebes llorando,  ancianos con gestos de dolor que seguramente gritaban y suplicaban justicia para  los muertos, dolor, rabia, miedo.   Andaba desorientado, no comprendía donde estaba y qué era lo que había pasado. Sintió que alguien agarraba sus hombros y le hacia girar; era una mujer desecha en llanto que a la vez le hablaba  le miraba esperando respuesta, pero él no podía escucharla, ella le hacia gestos indicando un camino pero, Husayn no comprendía lo que quería decir.  La mujer le  beso en la frente, le soltó y  siguió revolviendo entre los escombros.  El chico siguió caminando.

El zumbido en sus oídos iba poco a poco dejando paso a otros sonidos. Comenzaba a escuchar de nuevo, en la lejanía, empezó a oír llantos, gritos, sirenas y… tiros. Un pelotón de hombres corrían hacia las destartaladas viviendas. Como podían desescombraban las zonas de acceso a las mismas; algunos aparecían portando cuerpos  sin vida que depositaban en la calle, uno detrás de otro,  todos en fila. De repente escuchó un sonido fuerte y largo, un sonido que no terminaba; se tapó los oídos con las manos y se arrodilló. Alguien le levantó del suelo y le cogió en sus brazos, corriendo le acercó hasta un gran agüero y le dijo que entrara.

Husayn con recelo, iba dando pequeños pasos; escuchaba el murmullo de gente a medida que se adentraba. Al girar una pequeña esquina, se encontró en una especie de sala enorme  llena de gente. De frente , a unos metros, una niña un poco más mayor que él, corría a su encuentro gritando su nombre. Un nombre que él no reconocía. No era consciente de quién era, no era consciente de que ese fuera su nombre, no sabia a quien pertenecían esos  grandes ojos almendrados que clavados en él se acercaban tan deprisa. No comprendía todo aquello que esta pasando a su alrededor porque había perdido la menoría, no podía recordar, no sabia ni cual era su nombre ni quién era aquella niña.

Bahira saltó por encima de la gente que se apiñaba en el refugio cuando vio al chico en la entrada;  al llegar a la altura de Husayn, le abrazó con fuerza mientras  lloraba desconsoladamente, con la misma pesadumbre, le preguntaba al chico, una y otra vez, dónde estaba su madre.  Husayn no sabía quién era aquella niña y Bahira se desesperaba porque no conseguía del chiquillo ni una palabra.  El sonido apabullante de la sirena cesó.  Al momento sintieron como la tierra temblaba a sus pies a  la vez que un gran estruendo indicaba que de nuevo, el bombardeo había comenzado. Bahira agarró a su hermano y lo llevó hacia una esquina del refugio.  Agachados y cogidos de las manos permanecieron  inmóviles mucho rato.  Alguien avisó del fin del ataque pero los dos pequeños, continuaron acurrucados en el mismo lugar un tiempo; sin palabras, sin miradas, sin llantos. Cuando la gente desalojó el refugió, Bahira se levantó, cogió la mano de Husayn y tirando de él se dirigió a la salida.

Ya en la calle, el panorama era aún más desalentador que cuando entraron. Ahora, ya no había apenas casas y en  la mayoría de los rincones se podía apreciar el humo que producían pequeños incendios ocasionados por el bombardeo.

Husayn se soltó de la mano de Bahira. Con rabia y miedo,  la miró fijamente a los ojos y dijo:
-          ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
-          ¿Qué dices? ¿Qué te pasa Husayn? ¿Acaso no… acaso no sabes quién soy? – contestó la niña, asustada por la expresión en la cara de Huseyn.
Sus ojos desprendían oído, se mostraban desafiantes y fríos.
-          ¿Por qué me llamas Huseyn? ¿Quién dice que yo soy Huseyn?
-          Pero… que te pasa, no te entiendo, no sabes… soy yo, Bahira, tu hermana mayor, hija de Luqmân y Taimaa, recuerda por favor Husayn, recuerda.

El pequeño dejó caer sus brazos y bajó la mirada. Por su mejilla comenzaron a transcurrir débiles lágrimas; lágrimas, que según recorrían su rostro cubierto de polvo gris, iban formando surcos que aún más denotaban el tizne en  su cara.  
-          No llores, verás como esto pasa, yo soy tu hermana puedes estar seguro. Ahora, lo que tenemos que hacer es buscar a nuestra madre, intenta recordar. Tú estabas con ella, yo lo sé. Cuando salí al mercado te deje junto a ella, estaba preparando la comida, ¿recuerdas? Tiene el pelo muy negro, y su vestido era… era…. si, de color marrón ¿recuerdas Husayn? ¡por favor recuerda!  - gritó Bahira desesperada.

Husayn movió la cabeza hacia ambos lados y llorando angustiosamente contestó apenas con un hilo de voz que no recordaba nada. Qué no sabía quién era, que a ella tampoco la reconocía, qué no se acordaba de su madre ni de donde vivía.

Bahira lo abrazó. Luego le limpió las lágrimas con su vestido que emborrono toda su cara.  La niña, con una gran sonrisa envuelta en sollozos le dijo:
-          Pareces un payaso, ¡cómo esos que vimos aquel día!... ¿te acuerdas? Los que venían con la cruz roja y nos trajeron dulces, ¿recuerdas?
Husayn volvió a mover la cabeza hacia los lados, ella enseñando otra preciosa de sus sonrisas añadió:
-          Bueno… no importa, la verdad es que…no, no  importa.  – y  volvió a sonreír.

Pasaron horas revolviendo entre los escombros, de vez en cuando levantaban alguna piedra esperando encontrar algo, casi era de noche y comenzaban a tener hambre y frío. A su alrededor las gentes seguían corriendo, rescatando personas, socorriendo heridos.  Al girar una de las esquinas, Bahira vio un grupo de soldados que desde una camioneta repartían algo. La gente se agolpaba y estiraba los brazos pidiendo.  Se quedó mirando la escena un momento;  soltó a Husayn y le indicó que permaneciera  sentado sobre un peñasco que tenían detrás.  Como pudo, fue haciéndose un hueco entre la multitud,  consiguió colocarse a la cabeza de la muchedumbre que, entre gritos y empujones intentaban conseguir las viandas que repartían.  Uno de los soldados que estaba protegiendo a sus compañeros de una posible avalancha,  cogió de la camioneta una de las bolsas que repartían y se la entregó a Bahira; la niña la escondió bajo su vestido y salió rápidamente de entre el gentío.

Mientras comían, Husayn le preguntó a su hermana:
-          Bahira, ¿tenemos más hermanos, más familia?
-          No, no tenemos más hermanos, solamente tu y yo. De familia sólo tenemos a nuestra madre, nuestro padre, murió hace unos meses, le cayó encima algo cuando trabajaba. Madre… no me dijo más.
-          Y… ¿Por qué nos disparan? ¿Qué hemos hecho? Acaso… ¿somos malos?
-          No lo sé hermano, eso no lo entiendo, sé que no podemos salir de aquí y sé que muchas cosas no nos llegan porque no dejan que nos las den, pero no sé por qué, yo tampoco lo entiendo; a veces en el mercado escucho a la gente hablar pero… no les entiendo.
-          Bueno y… ahora… ¿qué vamos hacer?
-          Tenemos que buscar a madre. En casa no estaba estuve allí pero no la encontré. Bueno… no estaba ni la casa, yo creo que ella estará  buscándonos. Pronto la encontraremos.
-          Sabes Bahira, tengo ganas de ver la cara de nuestra madre, no la recuerdo, ¿Por qué no  la recuerdo Bahira?
-          No lo  sé, igual te diste un golpe, no sé.  Dime una cosa, cuando te despertaste…  ¿Qué es lo primero que recuerdas?
Huseyn se pasó la mano por la barbilla y apiñó un poco los ojos; intentaba con todas sus fuerzas volver atrás. Recordar.
-          ¡Ya sé, si! Tuve que salir de debajo de una mujer, me costó mucho. Sus brazos me apretaban tanto que no me dejaban respirar, cuando desperté estaba allí metido, debajo de ella, todo su cuerpo estaba sobre mi, tenía una herida grande en la espalda; la vi cuando por fin me solté de sus brazos y… sangre, mucha sangre a su alrededor. Casi no se la veía la cara, tenía el pelo revuelto. Me apretaba, ¡cómo me apretaba! Cuando conseguí levantarme comencé a caminar sin saber donde, bueno… como ahora.   Así hasta que me encontraste. No recuerdo más.

Los ojos de Bahira comenzaron a brillar. No quería llorar, no quería que su hermano se diera cuenta de lo que pasaba. Intentó pensar que quizás fuera alguna vecina quien cayó sobre Huseyn, siempre había alguna en la casa.  Pero su corazón la mandaba señales dolorosas y ella intentaba combatirlas con pensamientos positivos.  La niña se levantó y le pidió a su hermano que la siguiera.

Llevaban un rato andando cuando un soldado les salió al paso. Bahira le reconoció. Era el mismo que la dio la bolsa de la comida.  Los niños asustados, rápidamente dijeron que no habían hecho nada, que sólo estaban buscando a su madre. El soldado se colgó su fusil del hombro y les cogió  de la mano.
-          ¿Dónde vamos,  dónde nos lleva? nosotros no hemos hecho nada.
Repetían asustados
-          Tranquilos, os llevo al refugio, pronto habrá otro ataque y además es hora de dormir. Mañana si puedo, volveré por vosotros e iremos juntos a  buscar a vuestra madre.

La noche fue dura, los continuos bombardeos no les dejaron apenas descansar. Huseyn a ratos dormía placidamente, pero Bahira no podía quitarse de la cabeza lo que su hermano la había  contado, para su desgracia, estaba segura de que aquella mujer que apretaba el cuerpo de su hermano con fuerza era Taimaa, su madre. Necesitaba verla, encontrar al menos su cuerpo. Buscaría entre los muertos. Ella  sabía donde les habían llevado; casi todos los que estaban con ellos en el refugió ya habían estaba allí buscando a los suyos, algunos los habían encontrado, otros seguían buscando, bien en los puntos de socorro o simplemente por las calles.

Al amanecer, Bahira se aproximó a una mesa donde los soldados habían colocado leche caliente y pan, pidió para los dos y se acercó de nuevo a Huseyn.  La daba pena despertarlo, pero tenían que irse.


Al llegar a su destino, se paró delante del portón, era una nave larga y estrecha donde guardaban los camiones y tanques de guerra. Ahora se había convertido en tanatorio improvisado donde los cadáveres, esperaban ser reconocidos por sus familiares y allegados.

Los pequeños, caminaban lentamente a lo largo de la fila de muertos. Junto a ellos se colocó un soldado que al verlos entrar, les había preguntado a quién buscaban. El hombre acompañaba el camino tortuoso de los pequeños que a cada paso que daban  se iban estremeciendo. Algunos estaban cubiertos, Bahira  le preguntó por qué lo estaban y el soldado contestó que eran aquellos que ya habían sido reconocidos.

La pequeña se paró delante del cuerpo de una mujer.  Soltó a su hermano y se acercó al cadáver.  De rodillas cogió una de las manos de aquel cuerpo sin vida, estaba helada, rígida, blanca. Aquella mano eran de ella.  De  su madre. Su querida madre yacía en el suelo apenas cubierta con los jirones de su vestido  color marrón. El soldado levantó a Bahira de su lado y colocó una sábana blanca sobre Taimaa. Luego acompañó a los niños hasta una mesa colocada al fondo de la nave.

Allí  una mujer tomó nota del nombre, la edad, los familiares vivos, la calle donde vivían y de un montón de respuestas de los pequeños la daban. Mientras, el soldado colocó sobre la mesa dos vasos de leche y unas galletas. Bahira se quedó mirándole y le hizo una señal negativa con la cabeza.   

La mujer se levantó y salió por una puerta trasera.

Huseyn se acercó a Bahira y al oído la dijo:
-          Era ella. Esa era la mujer que me sujetaba con fuerza. ¿era nuestra madre Bahira? … ¿es ella?
Bahira, abrazó a su hermano y entre sollozos  le contestó  con un movimiento afirmativo. No podía hablar.
-          Por eso me sujetaba tan fuerte, era mi madre y yo no la conocí, estaba sobre mi y salvó mi vida. ¿Para qué? ¿por qué? ¿Qué vamos hacer tú y yo solos? ¿Qué va a ser de nosotros Bahira? – Huseyn  lloraba abrazado a su hermana.
-          No lo sé, seguramente la señora nos dirá algo. Iremos con otra familia o al orfanato. Eso es lo que hacen con los niños que están solos. Eso hacen.

Efectivamente al rato entró la mujer. Venia  acompañada por un doctor. El médico les preguntó como se encontraban, si tenían dolores o heridas.  Bahira con los ojos caídos, casi metidos entre su pecho le dijo:
-          A mi me duele el corazón. Y mi hermano... no recuerda nada.

"Esto es un simple relato producto de mi imaginación. Espero con todo mi corazón, que ningún niño haya tenido que pasar por este trance. Aunque soy consciente al igual que vosotros que para nuestra desgracia, la realidad, siempre supera la ficción. "
"A los niños que sufren en las  guerras"