Bienvenidos

"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















10 de diciembre de 2012

Las postrimerías de su vida

La colisión fue terrible. Al momento todo quedó en silencio.
Adormilado e inmóvil, en una posición absurda, difícil de describir por lo insólita que le parecía, no percibía nada. De repente le invadió el sueño.

Un pitido constante y acompasado era lo único que retumbaba en sus oídos. Con los ojos cerrados, sentía como entraban y salían  personas  desconocidas. A veces alguien se acercaba; tocaba, pinchaba, movía su cama, limpiaba su cuerpo desnudo lo cubría de nuevo  y salía.
Así estuvo mucho tiempo, imposible saber cuanto.

Carecía de recuerdos. A nadie conocía, los sonidos que escuchaba nada le decían pero él estaba tranquilo, descansado, inmerso en un dulce ensueño del que a ratos volvía.

Una música suave y agradable se coló en su dormido cerebro y sintió de nuevo el despertar perezoso al que ya se estaba acostumbrando. Espontáneamente una voz  dulce comenzó a  entonar una hermosa letra.
Al principio se dejó mecer por el sonido que escuchaba, se dejó llevar de las notas acompasadas y armonizadas por  aquella voz  que campaneaba.

Estaba entrando de nuevo en su mundo cuando las palabras pronunciadas por alguien que irrumpía en la habitación le alertaron por un momento.
Reconoció al instante aquella melodía que de fondo sonaba y al mismo tiempo, la voz ronca y rota de su hermano. Intentó abrir los ojos y levantarse, vocalizar para saludarle pero, la conversación que escuchaba le hacía notar que sus tentativas no eran para nada percibidas. Continuaba inerte, dormido a los ojos de sus acompañantes. Decidió relajarse, tranquilizarse, pero al tiempo procuraba controlar el sueño, tenía que permanecer atento y descubrir qué era lo que  pasaba, qué fue lo que sucedió, dónde estaba y sobretodo, por qué su cuerpo no respondía a ningún estímulo.

Quizás hubiera sido mejor dejarse llevar otra vez. ¿Qué sentido tenía escuchar todo aquello que estaba oyendo?
Su cuerpo no podía hacerse notar sin embargo su mente, iba acumulando todas y cada una de las palabras que ellos  pronunciaban, iba reconociendo a todas y cada una de las personas que nombraban y, aturdido, asistía  al relato de su vida anterior como mero espectador.

Mientras tanto aquella canción seguía sonando.
Era la misma voz que consiguió enamorarle, la voz que compartió junto a él los momento más felices de su vida, la voz que acompañó durante años sus noches y sus días. Era la voz de su mujer.  Una voz que según indicaban sus acompañantes, se había callado para siempre.

Aquellas personas seguían hablando sin parar. Los impactos  verbales que recibía, le iban mostrando una realidad desconocida, estaba sufriendo enormemente pero, no eran las heridas físicas las que proporcionaban ese dolor; esas no las sentía ya,  su organismo estaba muerto, pero su cabeza aún vivía y  procesaba rápida y ágilmente todas y cada una de las frases que aquellos dos hombres decían y eso le dañaba. Aquellas palabras iban  clavándose en sus sesos cual filos de navaja puntiagudos y afilados.

Aquello no pudo ser, no como ellos lo describían.  
Y ella, ¿Cómo pudo ella engañarle de aquel modo? Con él, con su amigo, con su hermano, con el hombre que él compartía todos y cada uno de sus sueños, de sus pesares, de sus gozos; en definitiva, toda su vida.
Aquel hombre le había engañado y ahora ¿qué pretendía? Ahora que pensaba que él no le escuchaba, venía a pedir perdón llorando amargamente; pero ¿por qué lo hacía?, ella estaba muerta y él era sólo el sonido incesante y acompasado de una máquina, la cual a  ellos les indicaba que su cerebro aún vivía.

¿Por qué continuaba la música, por qué seguía? Una y otra vez la misma canción, aquella que  cantaba a su oído siempre que él se lo pedía. “You are my life”. Mi vida eres tú,  ¡Qué falsa, cuántas mentiras! Pero no podía hacer nada, sólo escuchar los susurros de la conversación que ellos mantenían. Cada vez más bajas y más lejanas percibía las palabras que pronunciaban. A pesar del sufrimiento que le infringían intentaba agudizar su oído, procuraba con todas sus ansias moverse, abrir los ojos, gritar,  trasmitir algún gesto, alguna señal para que enmudecieran y con ello suspendiesen su plática.

No quería seguir escuchando, no soportaba la angustia, pero su cerebro seguía vivo y acumulando frases que jamás hubiera querido escuchar. Desistió en su empeño y volvió a relajarse. Ellos por fin callaron; la entrada de otra persona en la estancia a la que él sólo sentía llorar, les hizo abandonar la conversación que mantenían.

Alguien agarró su mano y besó su frente. Fue en ese momento cuando sintió el olor inconfundible de su infancia, el aroma fresco y alegre de su madre.
A la altura de su mejilla sintió frío y, se dio cuenta de que era una lágrima lo que le había salpicado el rostro  produciendo en él tal sensación.
Entonces su pecho se encogió más aún de lo que ya lo tenía y sintió que la vida se le iba.

No soportó jamás ver llorar a su madre,  no consentía que nada ni nadie la hiciera sufrir, ya tuvo bastante en su día y desde el momento que su padre, aquel cruel y maltratador hombre salió de sus vidas, se juró que jamás nadie la volvería a hacer daño.
Pero mira por donde, quién la estaba procurando pesar más que nada ni nadie en esta vida, era él, uno de sus hijos: su apoyo, su fuerza, su todo en este mundo.

Sintió como su madre le apretaba la mano con fuerza, con vigor, con  ganas de hacerle sentir, de que notara su ímpetu, de transmitirle su energía pero él, aún queriendo, no se movía.  

En su cabeza comenzaron a amontonarse imágenes, gestos, momentos alegres, duros recuerdos y de repente, notó unas ganas inmensas de decirle a aquella mujer aguerrida, todo lo que sentía  por ella.  Agradecerla lo que hizo por él, besarla, llenarla de halagos, cubrirla de palabras bonitas, corresponderla por todo lo que le había dado en la vida. Ese era el único deseo que tenía; pero no podía.

Tal vez… ¿Su tiempo se estaba agotando? ¿Quizás iba a morir? No podía ser; él sentía, notaba, escuchaba, sufría, ¿Cómo iba a estar perdiendo la vida?
Sintiendo el calor y el amor que aquella mujer le transmitía,  volvió a dejar que el sueño le envolviera. Se notaba acompañado, nadie mejor que ella le cuidaría. Se dejó llevar, no tuvo miedo de perderse de nuevo entre los brazos de Morfeo.

Otra vez aquella música, ¿Cómo pedir que por favor no pusieran más aquella canción?, ¿Cómo decir que sabía todo lo que había ocurrido y no quería escuchar más la voz de aquella embustera? ¡Cómo!
No hizo falta, alguien a quien él bien conocía la apagó y mientras lo hacía, le reprochaba a su hermano el hecho de que mantuviera aquella canción sonando repetitivamente.

Si, era ella, la alborozada, jovial y divertida Julia. Esa mujer con la que tuvo sus primeros escarceos amorosos. Esa joven que conquistó su corazón y al segundo se le hizo mil trocitos. Era ella no le cabía duda, aunque si bien su voz tomada y entrecortada, le hacía difícil la comprensión de sus frases.
Escuchó como Julia pidió quedarse a solas. Cuando lo estuvo, se acercó a su oído y le dijo algo tan bajo, que él no acertó a escuchar. Lo que si oyó fueron sus siguientes palabras, vocablos llenos de profundo amor, algo que jamás hubiera imaginado escuchar de su boca y que le estremecieron profundamente.

Sin saberlo él había sido el hombre al que más había querido Julia. ¿Cómo podía imaginar que ella  tuvo que hacer lo que hizo por miedo a su mujer? Jimena sabía su secreto y la amenazó con contarlo. Por eso tuvo que fingir una relación con aquel hombre con que él la descubrió un lluvioso y ventoso día de febrero.  

Julia le pidió perdón por no haber sido valiente, por no haber luchado por su amor y por dejar que fuera Jimena quien se quedara a su lado y porque  aún sabiendo de la traición de ésta, nunca tuvo el arrojo suficiente para contárselo.

La mujer, dejando caer sus labios sobre los de él, volvió a pedir de nuevo perdón y luego deslizó su mano a lo largo de la cama mientras sus pasos se dirigían a la salida. 

Sorprendido, volvió a sentir como se encogía su corazón, ¿Con qué clase de mujer había estado conviviendo todos estos años? ¿Qué buscó realmente en él? Estaba claro.  Su dinero, su poder, su influencia para convertirse a su lado en lo que llegó a ser,  única y exclusivamente eso era lo que quería.  

Una mujer salía y apresuradamente otra entraba. Esta vez apenas sin intentarlo, sus dedos comenzaron a moverse y sus párpados se elevaron lentamente para caer en un instante. Sólo tuvo tiempo de ver un poco de claridad y a los pies de su cama distinguir la silueta de una mujer que reconoció como su madre.  Volvió a relajarse y entró de nuevo en su  ensueño.

Mientras a su alrededor, el personal sanitario corría atendiendo la llamada de auxilio de aquella mujer y, el sonido constante y acompasado de la máquina, poco a poco comenzó a ser solamente constante.

Abrió los ojos y echó un vistazo a su cuerpo. Observó la vestimenta que llevaba y sonrió al verse con aquel aspecto. El silencio era total y la luminosidad en la que estaba inmerso casi le cejaba.
Se incorporó despacio y caminó descalzo. No sentía frío, ni calor ni cualquier otro tipo de sensación. A lo lejos no advertía nada pero de repente, encontró un pequeño asiento. Una gran silla a modo de trono que invitaba al descanso. Él para nada estaba cansado, todo lo contrario, se sentía henchido, incluso cargado de vida, alegre, sin preocupaciones, libre de todo tipo de sentimientos. Decidió sentarse y observar la grandeza de su entorno.

Una voz se coló en su cabeza y dejó caer una frase:  -Ahora has de decidir.
Sobresaltado giró su testa hacía ambos lados y busco la procedencia de aquella voz, pero no encontró nada.
Pasados unos segundos volvió a escucharla: -Ahora has de decidir.
Se levantó rápidamente y sin pensarlo dos veces comenzó a caminar sobre la vereda marcada.

Tras unos pasos y de igual modo que antes, apareció ante sus ojos el trono donde estuvo sentado; en esta ocasión frente a él encontró una verja y apoyada en la misma un hombre bien vestido, alto  y con los ojos muy claros, parecía esperar su llegada.
Estaba muy cerca y aunque sus pasos no avanzaban sobre el sendero, él continuaba andando.
-Entiendo por tu trayectoria, que ya has decidido tu destino.-  Escuchó de nuevo en su cabeza.
-¿Qué destino? ¿Quién me habla? Contestó en voz alta esperando la respuesta de aquel hombre que al fondo le esperaba. Pero tras dejar pasar un instante, no halló réplica y reiteró de nuevo sus preguntas.
Molesto por la falta de respuesta se paró; cesó su camino y vio como la imagen del hombre apuesto que junto a la verja le esperaba, iba poco a poco diluyéndose hasta desaparecer de su vista.
Aturdido giró sobre si mismo un par de veces, tal vez tres. Confundido y ofuscado volvió a retomar el camino.
                                             ……………………………………………

  El despertador sonó incesante como todas las mañanas y Gustavo posó sobre él su mano para detener el estruendo que producía.
Notó una sensación extraña mientras se colocaba las zapatillas y tuvo la impresión de que algo  había  soñando pero, no recordaba nada.

Mientras el agua caliente cubría su cuerpo, escuchaba el trastear de Jimena  y la música que como cada día acompañaba sus desayunos.
Seguramente ella ya tenía preparado el café y pensó:
-Es una joyita mi niña. Las maletas preparadas, el café recién hecho… (Di que bueno, hoy la tocaba a ella) y además este viaje sorpresa que me ha preparado. No se puede pedir más, así da gusto.

La jornada era espléndida y el fin de semana prometía. Disfrutar junto a su mujer de un par de días de libertad, era algo que Gustavo deseaba desde hacía tiempo y así se lo había comentado en más de una ocasión.  

El nacimiento de su hija les había privado de esa intimidad a la que estaban acostumbrados, pero por fin ella había cedido, la niña ya estaba en casa con su abuela y ellos dos dispuestos para emprender el viaje.

Jimena, a pesar de que a ratos canturreaba,  apenas pronunció palabra durante el trayecto. No se mostraba nada habladora y se la notaba distante.  Él iba poco a poco molestándose con aquella situación, si ella había preparado el viaje ¿por qué ahora tenía esa actitud? No era propio de su carácter siempre hablaba sin parar, era alegre, divertida, la encantaba cantar con la música que sonaba en la radio y comentar las letras de las canciones. Pero hoy sin embargo estaba desconocida. A decir verdad así llevaba un tiempo, se mostraba distante, buscaba la soledad, se alejaba de él con cualquier escusa,  no parecía ella desde hacía algún tiempo.  
Y… ¿por qué no preguntarla que sucedía, a que se debía su desgana, su desanimo, su gesto, sus malos días?

Pasado un rato, Gustavo se animó a preguntar cual era el motivo de su desidia y recibió por respuesta una frase que le desconcertó por completo:
 –Quiero el divorcio-.
El hombre aturdido,  giró la cabeza hacia la derecha buscando su mirada, en principio pensó que bromeaba, pero rápidamente se dio cuenta que en absoluto lo hacía. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la expresión de su cara desencajada, mostraba signos de una gran tristeza.
Nervioso con la situación que en un momento se le había planteado, pisó sin apenas darse cuenta el acelerador sin apartar la mirada de su mujer. Cuando quiso reaccionar y enmendar el error cometido, el coche estaba descontrolado y se dirigía de frente hacia un trailer, intentó controlarlo pero era imposible, ya era tarde para cambiar el destino.  
La colisión fue terrible. Al momento, todo quedó en silencio.

6 de junio de 2012

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2 de enero de 2012

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