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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















26 de octubre de 2010

"...Sueños son"

  Apagó la luz y tomó  postura. Cerró los ojos con fuerza y apretó los puños,  se disponía a ir en busca del sueño.  Necesitaba dormir rápido, que la noche fuera corta para poder alcanzar antes el día, y volver a ver aquellos ojos que la habían dejado perpleja y aturdida durante toda la  jornada. Mientras, su cabeza, intentaba componer las imágenes del día, y a la vez, inventaba situaciones que la hubieran gustado vivir junto a él.
   Iban pasando los minutos; el sueño no aparecía.  Se revolvió en la cama intentando ver si del otro lado brotaría;  se estiraba y se encogía buscando la postura cómoda que la llevara hasta dar con el. Pero el sueño se resistía, le sentía cerca, notaba su presencia, pero no lo conseguía.  Ya no pensaba en otra cosa, quería dormir, deseaba atraparlo, dejarse llevar en su suave vaivén hasta el próximo día.

Nada: que no podía. Se levantó, se acercó a la cocina,  calentó un vaso con leche, se sentó sobre la mesa y tomó pequeños sorbos. Lentamente, saboreando el dulzor de la bebida blanca que recorría su garganta y calentaba su cuerpo a medida que descendía hasta su estómago, pensaba en aquel hombre que conoció, en la manera en que la miraba, en como la hablaba, en lo que mañana se pondría; algo sexy y elegante que le hiciera mirarla con disimulo; con picardía. 

Otra vez, otra vuelta, ahora boca arriba y con ojos abiertos, y otra vez las ideas rondando, imaginando las situaciones del nuevo día.

Así, sin darse cuenta, sus ojos cayeron como persianas y sus pensamientos se convirtieron en sueños o, quizás en pesadillas.  

Soñó que despertaba una  mañana clara, que se acercaba a  una ventana que abría,  que desde ella divisaba un paisaje verde coronado de un  cielo azul radiante, el más puro y radiante que nunca había contemplado. Sintió en su cara el aire fresco y respiró profunda y largamente inundando su pecho. Escuchó voces que desde abajo la llamaban invitándola a reunirse con ellos.
Bajó con un vestido blanco vaporoso  y una gran pamela, y sentada alrededor de una mesa, compartía charla y desayuno con personas que no conocía.

A su espalda notó una presencia y volvió la cabeza, era el, se aproximaba hacia donde estaban, decía su nombre,  en sus manos  un ramo de flores de mil colores.
Pero… ¿cómo podía ser?, acababa de conocerle, apenas había cruzado unas palabras con él en la reunión; ¿Cómo estaba allí?.  Se dirigía a ella, la abrazaba,  la besaba, la admiraba, la preguntaba… y ella encantada, le miraba, le besaba, le sonreia , le sentía suyo, le quería.

Cogidos de la mano, se acercaban a un coche y se subían en el, a la vez, se despedían de todas aquellas personas desconocidas.  Aunque ella,  como si fueran parte de su familia, como si estuviera acostumbrada a ver sus caras, a compartir con ellos la vida les iba dando detalles de cosas que no recordaba, conversaba con ellos, pero no recordaba que les decia.     

En la siguiente escena, con sus manos entrelazadas, recorrían lentamente la estrecha  carretera,  admirando un paisaje único, acompañados del  sonido de la música embriagadora  que  envolvía el espacio que compartían.  

De repente un giro brusco desplazó su cuerpo,   sintió  como iba a perder la vida. Volvió la cabeza y vio como él, desde arriba, la despedía con una sonrisa burlona. Ella volando sobre el acantilado, caía sin remedio.

Sobresaltada abrió los ojos, se incorporó y levantó la persiana.
Desde su ventana,  ante sus ojos pudo ver con agrado un cielo gris, ese cielo gris de casi todos los días, descubrir el mismo mar de cada mañana, hoy, de color verde revuelto, y difuminada entre las nubes, una luna llena que desaparecía.
Respiró hondo y recobró el aliento. Miró el reloj,  descubriendo con gusto que la noche, esa noche,  ya había dado paso al día.  

Sobre la cama, su compañero aún dormía.  
Se quedó mirándole y sonrió mientras pensaba que,  aquel desconocido, aquel hombre de grandes y zalameros ojos que conoció el día anterior,  no le iba a cambiar la vida.
Era aquel que reposaba, quien formaba parte de su vida, y  todo lo soñado, como dijo Calderón, “…sueños son”.