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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















Perdida

Los dos iban caminando tranquilamente. Ella percibía el viento en su cara a la vez que su largo pelo negro se revolvía  con ganas.

No hacia tanto calor como  por la mañana cuando salió, había amainado un poco y la temperatura era más placentera.

Aquel paseo era nuevo para ella, nunca había caminado por allí, bajaron una pequeña cuesta. Al fondo se veía una gran puerta.
 Un poco más atrás, pudo ver un  pequeño tren lleno de niños que se acercaba despacio hacia ellos. Sin pensarlo dos veces, miró al chico y se desplazó de su rumbo, dejando así  paso al tren que paró muy cerca ellos.

Al entrar, vio un prado grande y verde y notó el olor del mar. Conocía esa esencia y aunque no podía verla sabía que la playa estaba cerca.
Días atrás había estado jugando en ella. Además el murmullo de las olas penetraba en sus oídos, primero distante y luego cercano, ese sonido iba y venia aunque ella no se moviera del sitio. Originaba en su cabeza un vaivén  hechicero y suave  que la llenaba de sosiego.

Después de caminar por ese bonito parque un buen rato,  el chico se encontró con unos amigos. Los muchachos la saludaron  efusivamente, todos la conocían y sabían de su simpatía y encanto. Se quedó allí parada escuchando la conversación de los jóvenes que se habían sentado placidamente en un banco.

A lo lejos pudo ver  la zona de juegos de los niños, se levantó y poco a poco se acercó a ella.

Aunque no le gustaban demasiado los críos, disfrutaba viéndolos jugar, subir y bajar del tobogán y de todos esos aparatos que había allí situados. Además el piso era blandito y sus pasos en el,  la producía una sensación agradable, como si flotara, como  si sus pies no  percibieran el  suelo.
Mientras daba pequeñas pisadas iba pensando, -  Cuando no haya niños podré moverme a mis anchas por este suelo almohadillado.
No se sentía bien con ellos cerca, solo los miraba y si notaba que alguno se acercaba a ella, enseguida se daba la vuelta y se alejaba.

A su derecha escuchó ladrar  dos perros pequeñitos y muy chulos que jugaban juntos, mientras sus amos hablaban animosamente.

Se acercó a ellos y estuvo jugando un buen rato a la vez que escuchaba a los amos hablar.
La plática entre las personas que se encontraban por la calle con sus perros siempre era la misma, hablaban de lo que comían, de lo que hacían, de si les gustaba o no el agua, de donde dormían… de esas cosas de perros, pero claro, bien pensado, de que pueden hablar dos personas que no se conocen de nada, aunque ciertamente y aún sin conocerse lo que si saben es que tienen algo en común. Sus perros.

Cuando se aburrió de jugar con ellos, se dio la vuelta para regresar al lugar donde el chico se había quedado.

A medida que se acercaba, intentaba distinguir la cara del chico pero, debido al viento que la daba de espalda como empujándola y los pelos, que por el mismo motivo  se la metían en los ojos, la costaba reconocerle.

Ya, muy cerca del banco, pudo apreciar para su asombro que el no estaba allí.  Ni el, ni los otros chicos con los que le había dejado. Echó un vistazo hacia la derecha, en ese otro banco no había nadie. Con el rabillo del ojo,  miró  hacia la izquierda y pudo ver  un chico reposando tranquilamente.

Volvió a sonreír y se dirigió con sus andares airosos y refinados hacia allí. Que tonta pensó, como me he podido despistar de ese modo.

Y tanto que se había despistado, aquel muchacho tampoco era el.

En el parque apenas quedaba gente.  Los niños se habían ido con sus padres y salvo dos ancianos que continuaban caminando muy despacio no había nadie.

Rotó  tres veces sobre si misma buscando al chico,  no se atrevía a moverse de allí, seguramente el estaría buscándola también, pero donde. Se sentó y decidió esperar, era lo más prudente.

Al cabo de un buen rato, ya estaba desesperada, veía como poco a poco, el sol iba dispersándose. Las farolas del parque comenzaban a iluminarse. Ahora ya no había nadie, estaba sola.

Que podía hacer. Después de pensarlo un momento consideró que lo mejor era volver a casa, no seria muy difícil, aunque  ese camino no lo había hecho nunca, podía recordar por donde habían venido.
 Claro que tenia otros problemas, debería de cruzar las calles, pero bueno, eso tampoco era  mayor inconveniente, esperaría que el semáforo cambiara y cuando viera que los coches paraban cruzaría, lo mismo que hacia cuando paseaba  con ellos.

Sin más, se levantó y se dirigió hacia la gran puerta por donde había entrado.
 Que desastre, no lo podía creer. Estaba cerrada, y ahora, que iba hacer, por donde iba a salir.

Después de revisar todos los rincones posibles e intentar colarse por las verjas de la puerta donde por cierto casi pierde la cabeza, pues se quedo atrapada durante un rato y tuvo que respirar muy despacio para sosegarse e intentar desatorarse, cosa que consiguió no sin pocos apuros. 
Siguió pensando en la manera de salir.  Se le ocurrió  que igual al fondo, guiándose por el sonido del mar, llegase a la playa que debiese estar cerca y marchar por allí.

Cuando consiguió ver la playa, era de noche cerrado, apenas había luz.  Solo  en el mar se veía pequeñas y lejanas luces de algunos de los enormes barcos que estaban parados en el  inmenso mar.

Su desesperación fue en aumento al observar que la altura entre el lugar donde estaba y la playa era enorme. Ella era muy pequeña y no podría tirarse desde allí.

 Desesperada, se sentó en el suelo  y cabizbaja,  comenzó a llorar desconsoladamente.
 No se explicaba como el,  la podía a ver dejado allí sola, porque no la había buscado, no podía ser que ella se hubiera alejado tanto como para no verla. ¿Por que se había ido? tal vez, ¿la había abandonado?, por eso la había traído hasta aquel gran parque que ella no conocía, ¿sabia el, que cerraban la puerta?, ¿Por qué?, ¿porque se había ido sin ella?

Un gran estruendo la sobresaltó. Súbitamente comenzó  a resplandecer sobre el mar luces que descendían como puñales sobre el, y al momento el cielo emitía sonidos bruscos y  violentos que impregnaban  sus oídos haciéndola ensordecer. Eran truenos.

El miedo se apoderó de ella. Se sentía sola, no recordaba un momento tan cruel en su vida, ella que desde pequeña había estado rodeada de gente, ahora, estaba completamente sola y además con aquella tormenta acechando.

Corrió, corrió sin control, estaba como poseída, con  una sensación terrible de pena.  Consiguió llegar hasta el trenecito que había visto cuando entró en el parque.
De un salto se encajó en el buscando cobijo. El agua entraba por todos los sitios, se arrebujo debajo de los asientos y comenzó a llorar otra vez  exasperadamente.

 Lloraba, por haber sido tan descuidada, cuantas veces la advirtieron que no debía irse sola.
 Lloraba, porque tenía sed, su boca estaba seca, sentía como su lengua se volvía un trapo.
 Lloraba, porque tenía hambre y frío y pena, mucha pena.
La habían dejado sola o se había perdido ella.  Después de un rato de llanto desolado, abatida por la tristeza se quedó dormida.  Estaba perdida.

Por la mañana, levantó la cabeza y se golpeo con el asiento, no sabía muy bien donde estaba, pero si, en un momento, de repente recordó. Estaba sola, perdida.

¡kora! ¡kora!. Era el, era su voz, salio corriendo de su escondite y comenzó a ladrar como nunca lo había hecho, no muy lejos estaban ellos. Si eran ellos, estaban todos, habían venido a buscarla, no la habían abandonado.

Ladrando y moviendo su rabito tanto que parecía que se le iba a desencajar, se subió de un saldo sus brazos. Le lamía la cara sin parar, era a la única manera de darle las gracias, de decirle lo mucho que le había echado en falta, lo mucho que le necesitaba.

Metió su cabeza entre la del chico y su hombro, cerró los ojos y pensó, Uh soy una perrina con suerte. Con mucha suerte. 






Conchi Revuelta.- Derechos reservados

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