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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















15 de febrero de 2011

Husayn

Franja de Gaza  -  Diciembre de  2008   
Husayn apoyó su diminuto y dolorido cuerpo sobre uno de los pilares que sostenía la ropa mojada. Con las manos en los bolsillos de su pequeño  y roído pantalón, se quedó mirando fijamente hacia los escombros.  Sintió los pies húmedos y al mirarlos comprobó que sólo tenía una zapatilla, levantó su pie derecho y lo colocó sobre el izquierdo.  Sentía frío. Al alzar la mirada, se dio cuenta de que no oía nada; sólo un zumbido atravesaba su cabeza. Cerró los ojos y se dejó caer. No era capaz de saber que era lo que estaba haciendo allí,  sentía dolor en su pecho y sus piernas apenas podían sostenerle. ¿Qué pasaba? ¿Quién era esa gente? Y... sobre todo porqué tuvo que salir de debajo del cuerpo de una mujer ensangrentada y rota. ¿Quién era ella?, y él, ¿Qué hacia allí?

Sin un destino concreto comenzó a caminar. A su paso iba sorteando cuerpos; sus ojos le mostraban… bebes llorando,  ancianos con gestos de dolor que seguramente gritaban y suplicaban justicia para  los muertos, dolor, rabia, miedo.   Andaba desorientado, no comprendía donde estaba y qué era lo que había pasado. Sintió que alguien agarraba sus hombros y le hacia girar; era una mujer desecha en llanto que a la vez le hablaba  le miraba esperando respuesta, pero él no podía escucharla, ella le hacia gestos indicando un camino pero, Husayn no comprendía lo que quería decir.  La mujer le  beso en la frente, le soltó y  siguió revolviendo entre los escombros.  El chico siguió caminando.

El zumbido en sus oídos iba poco a poco dejando paso a otros sonidos. Comenzaba a escuchar de nuevo, en la lejanía, empezó a oír llantos, gritos, sirenas y… tiros. Un pelotón de hombres corrían hacia las destartaladas viviendas. Como podían desescombraban las zonas de acceso a las mismas; algunos aparecían portando cuerpos  sin vida que depositaban en la calle, uno detrás de otro,  todos en fila. De repente escuchó un sonido fuerte y largo, un sonido que no terminaba; se tapó los oídos con las manos y se arrodilló. Alguien le levantó del suelo y le cogió en sus brazos, corriendo le acercó hasta un gran agüero y le dijo que entrara.

Husayn con recelo, iba dando pequeños pasos; escuchaba el murmullo de gente a medida que se adentraba. Al girar una pequeña esquina, se encontró en una especie de sala enorme  llena de gente. De frente , a unos metros, una niña un poco más mayor que él, corría a su encuentro gritando su nombre. Un nombre que él no reconocía. No era consciente de quién era, no era consciente de que ese fuera su nombre, no sabia a quien pertenecían esos  grandes ojos almendrados que clavados en él se acercaban tan deprisa. No comprendía todo aquello que esta pasando a su alrededor porque había perdido la menoría, no podía recordar, no sabia ni cual era su nombre ni quién era aquella niña.

Bahira saltó por encima de la gente que se apiñaba en el refugio cuando vio al chico en la entrada;  al llegar a la altura de Husayn, le abrazó con fuerza mientras  lloraba desconsoladamente, con la misma pesadumbre, le preguntaba al chico, una y otra vez, dónde estaba su madre.  Husayn no sabía quién era aquella niña y Bahira se desesperaba porque no conseguía del chiquillo ni una palabra.  El sonido apabullante de la sirena cesó.  Al momento sintieron como la tierra temblaba a sus pies a  la vez que un gran estruendo indicaba que de nuevo, el bombardeo había comenzado. Bahira agarró a su hermano y lo llevó hacia una esquina del refugio.  Agachados y cogidos de las manos permanecieron  inmóviles mucho rato.  Alguien avisó del fin del ataque pero los dos pequeños, continuaron acurrucados en el mismo lugar un tiempo; sin palabras, sin miradas, sin llantos. Cuando la gente desalojó el refugió, Bahira se levantó, cogió la mano de Husayn y tirando de él se dirigió a la salida.

Ya en la calle, el panorama era aún más desalentador que cuando entraron. Ahora, ya no había apenas casas y en  la mayoría de los rincones se podía apreciar el humo que producían pequeños incendios ocasionados por el bombardeo.

Husayn se soltó de la mano de Bahira. Con rabia y miedo,  la miró fijamente a los ojos y dijo:
-          ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
-          ¿Qué dices? ¿Qué te pasa Husayn? ¿Acaso no… acaso no sabes quién soy? – contestó la niña, asustada por la expresión en la cara de Huseyn.
Sus ojos desprendían oído, se mostraban desafiantes y fríos.
-          ¿Por qué me llamas Huseyn? ¿Quién dice que yo soy Huseyn?
-          Pero… que te pasa, no te entiendo, no sabes… soy yo, Bahira, tu hermana mayor, hija de Luqmân y Taimaa, recuerda por favor Husayn, recuerda.

El pequeño dejó caer sus brazos y bajó la mirada. Por su mejilla comenzaron a transcurrir débiles lágrimas; lágrimas, que según recorrían su rostro cubierto de polvo gris, iban formando surcos que aún más denotaban el tizne en  su cara.  
-          No llores, verás como esto pasa, yo soy tu hermana puedes estar seguro. Ahora, lo que tenemos que hacer es buscar a nuestra madre, intenta recordar. Tú estabas con ella, yo lo sé. Cuando salí al mercado te deje junto a ella, estaba preparando la comida, ¿recuerdas? Tiene el pelo muy negro, y su vestido era… era…. si, de color marrón ¿recuerdas Husayn? ¡por favor recuerda!  - gritó Bahira desesperada.

Husayn movió la cabeza hacia ambos lados y llorando angustiosamente contestó apenas con un hilo de voz que no recordaba nada. Qué no sabía quién era, que a ella tampoco la reconocía, qué no se acordaba de su madre ni de donde vivía.

Bahira lo abrazó. Luego le limpió las lágrimas con su vestido que emborrono toda su cara.  La niña, con una gran sonrisa envuelta en sollozos le dijo:
-          Pareces un payaso, ¡cómo esos que vimos aquel día!... ¿te acuerdas? Los que venían con la cruz roja y nos trajeron dulces, ¿recuerdas?
Husayn volvió a mover la cabeza hacia los lados, ella enseñando otra preciosa de sus sonrisas añadió:
-          Bueno… no importa, la verdad es que…no, no  importa.  – y  volvió a sonreír.

Pasaron horas revolviendo entre los escombros, de vez en cuando levantaban alguna piedra esperando encontrar algo, casi era de noche y comenzaban a tener hambre y frío. A su alrededor las gentes seguían corriendo, rescatando personas, socorriendo heridos.  Al girar una de las esquinas, Bahira vio un grupo de soldados que desde una camioneta repartían algo. La gente se agolpaba y estiraba los brazos pidiendo.  Se quedó mirando la escena un momento;  soltó a Husayn y le indicó que permaneciera  sentado sobre un peñasco que tenían detrás.  Como pudo, fue haciéndose un hueco entre la multitud,  consiguió colocarse a la cabeza de la muchedumbre que, entre gritos y empujones intentaban conseguir las viandas que repartían.  Uno de los soldados que estaba protegiendo a sus compañeros de una posible avalancha,  cogió de la camioneta una de las bolsas que repartían y se la entregó a Bahira; la niña la escondió bajo su vestido y salió rápidamente de entre el gentío.

Mientras comían, Husayn le preguntó a su hermana:
-          Bahira, ¿tenemos más hermanos, más familia?
-          No, no tenemos más hermanos, solamente tu y yo. De familia sólo tenemos a nuestra madre, nuestro padre, murió hace unos meses, le cayó encima algo cuando trabajaba. Madre… no me dijo más.
-          Y… ¿Por qué nos disparan? ¿Qué hemos hecho? Acaso… ¿somos malos?
-          No lo sé hermano, eso no lo entiendo, sé que no podemos salir de aquí y sé que muchas cosas no nos llegan porque no dejan que nos las den, pero no sé por qué, yo tampoco lo entiendo; a veces en el mercado escucho a la gente hablar pero… no les entiendo.
-          Bueno y… ahora… ¿qué vamos hacer?
-          Tenemos que buscar a madre. En casa no estaba estuve allí pero no la encontré. Bueno… no estaba ni la casa, yo creo que ella estará  buscándonos. Pronto la encontraremos.
-          Sabes Bahira, tengo ganas de ver la cara de nuestra madre, no la recuerdo, ¿Por qué no  la recuerdo Bahira?
-          No lo  sé, igual te diste un golpe, no sé.  Dime una cosa, cuando te despertaste…  ¿Qué es lo primero que recuerdas?
Huseyn se pasó la mano por la barbilla y apiñó un poco los ojos; intentaba con todas sus fuerzas volver atrás. Recordar.
-          ¡Ya sé, si! Tuve que salir de debajo de una mujer, me costó mucho. Sus brazos me apretaban tanto que no me dejaban respirar, cuando desperté estaba allí metido, debajo de ella, todo su cuerpo estaba sobre mi, tenía una herida grande en la espalda; la vi cuando por fin me solté de sus brazos y… sangre, mucha sangre a su alrededor. Casi no se la veía la cara, tenía el pelo revuelto. Me apretaba, ¡cómo me apretaba! Cuando conseguí levantarme comencé a caminar sin saber donde, bueno… como ahora.   Así hasta que me encontraste. No recuerdo más.

Los ojos de Bahira comenzaron a brillar. No quería llorar, no quería que su hermano se diera cuenta de lo que pasaba. Intentó pensar que quizás fuera alguna vecina quien cayó sobre Huseyn, siempre había alguna en la casa.  Pero su corazón la mandaba señales dolorosas y ella intentaba combatirlas con pensamientos positivos.  La niña se levantó y le pidió a su hermano que la siguiera.

Llevaban un rato andando cuando un soldado les salió al paso. Bahira le reconoció. Era el mismo que la dio la bolsa de la comida.  Los niños asustados, rápidamente dijeron que no habían hecho nada, que sólo estaban buscando a su madre. El soldado se colgó su fusil del hombro y les cogió  de la mano.
-          ¿Dónde vamos,  dónde nos lleva? nosotros no hemos hecho nada.
Repetían asustados
-          Tranquilos, os llevo al refugio, pronto habrá otro ataque y además es hora de dormir. Mañana si puedo, volveré por vosotros e iremos juntos a  buscar a vuestra madre.

La noche fue dura, los continuos bombardeos no les dejaron apenas descansar. Huseyn a ratos dormía placidamente, pero Bahira no podía quitarse de la cabeza lo que su hermano la había  contado, para su desgracia, estaba segura de que aquella mujer que apretaba el cuerpo de su hermano con fuerza era Taimaa, su madre. Necesitaba verla, encontrar al menos su cuerpo. Buscaría entre los muertos. Ella  sabía donde les habían llevado; casi todos los que estaban con ellos en el refugió ya habían estaba allí buscando a los suyos, algunos los habían encontrado, otros seguían buscando, bien en los puntos de socorro o simplemente por las calles.

Al amanecer, Bahira se aproximó a una mesa donde los soldados habían colocado leche caliente y pan, pidió para los dos y se acercó de nuevo a Huseyn.  La daba pena despertarlo, pero tenían que irse.


Al llegar a su destino, se paró delante del portón, era una nave larga y estrecha donde guardaban los camiones y tanques de guerra. Ahora se había convertido en tanatorio improvisado donde los cadáveres, esperaban ser reconocidos por sus familiares y allegados.

Los pequeños, caminaban lentamente a lo largo de la fila de muertos. Junto a ellos se colocó un soldado que al verlos entrar, les había preguntado a quién buscaban. El hombre acompañaba el camino tortuoso de los pequeños que a cada paso que daban  se iban estremeciendo. Algunos estaban cubiertos, Bahira  le preguntó por qué lo estaban y el soldado contestó que eran aquellos que ya habían sido reconocidos.

La pequeña se paró delante del cuerpo de una mujer.  Soltó a su hermano y se acercó al cadáver.  De rodillas cogió una de las manos de aquel cuerpo sin vida, estaba helada, rígida, blanca. Aquella mano eran de ella.  De  su madre. Su querida madre yacía en el suelo apenas cubierta con los jirones de su vestido  color marrón. El soldado levantó a Bahira de su lado y colocó una sábana blanca sobre Taimaa. Luego acompañó a los niños hasta una mesa colocada al fondo de la nave.

Allí  una mujer tomó nota del nombre, la edad, los familiares vivos, la calle donde vivían y de un montón de respuestas de los pequeños la daban. Mientras, el soldado colocó sobre la mesa dos vasos de leche y unas galletas. Bahira se quedó mirándole y le hizo una señal negativa con la cabeza.   

La mujer se levantó y salió por una puerta trasera.

Huseyn se acercó a Bahira y al oído la dijo:
-          Era ella. Esa era la mujer que me sujetaba con fuerza. ¿era nuestra madre Bahira? … ¿es ella?
Bahira, abrazó a su hermano y entre sollozos  le contestó  con un movimiento afirmativo. No podía hablar.
-          Por eso me sujetaba tan fuerte, era mi madre y yo no la conocí, estaba sobre mi y salvó mi vida. ¿Para qué? ¿por qué? ¿Qué vamos hacer tú y yo solos? ¿Qué va a ser de nosotros Bahira? – Huseyn  lloraba abrazado a su hermana.
-          No lo sé, seguramente la señora nos dirá algo. Iremos con otra familia o al orfanato. Eso es lo que hacen con los niños que están solos. Eso hacen.

Efectivamente al rato entró la mujer. Venia  acompañada por un doctor. El médico les preguntó como se encontraban, si tenían dolores o heridas.  Bahira con los ojos caídos, casi metidos entre su pecho le dijo:
-          A mi me duele el corazón. Y mi hermano... no recuerda nada.

"Esto es un simple relato producto de mi imaginación. Espero con todo mi corazón, que ningún niño haya tenido que pasar por este trance. Aunque soy consciente al igual que vosotros que para nuestra desgracia, la realidad, siempre supera la ficción. "
"A los niños que sufren en las  guerras"