Bienvenidos

"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















10 de diciembre de 2012

Las postrimerías de su vida

La colisión fue terrible. Al momento todo quedó en silencio.
Adormilado e inmóvil, en una posición absurda, difícil de describir por lo insólita que le parecía, no percibía nada. De repente le invadió el sueño.

Un pitido constante y acompasado era lo único que retumbaba en sus oídos. Con los ojos cerrados, sentía como entraban y salían  personas  desconocidas. A veces alguien se acercaba; tocaba, pinchaba, movía su cama, limpiaba su cuerpo desnudo lo cubría de nuevo  y salía.
Así estuvo mucho tiempo, imposible saber cuanto.

Carecía de recuerdos. A nadie conocía, los sonidos que escuchaba nada le decían pero él estaba tranquilo, descansado, inmerso en un dulce ensueño del que a ratos volvía.

Una música suave y agradable se coló en su dormido cerebro y sintió de nuevo el despertar perezoso al que ya se estaba acostumbrando. Espontáneamente una voz  dulce comenzó a  entonar una hermosa letra.
Al principio se dejó mecer por el sonido que escuchaba, se dejó llevar de las notas acompasadas y armonizadas por  aquella voz  que campaneaba.

Estaba entrando de nuevo en su mundo cuando las palabras pronunciadas por alguien que irrumpía en la habitación le alertaron por un momento.
Reconoció al instante aquella melodía que de fondo sonaba y al mismo tiempo, la voz ronca y rota de su hermano. Intentó abrir los ojos y levantarse, vocalizar para saludarle pero, la conversación que escuchaba le hacía notar que sus tentativas no eran para nada percibidas. Continuaba inerte, dormido a los ojos de sus acompañantes. Decidió relajarse, tranquilizarse, pero al tiempo procuraba controlar el sueño, tenía que permanecer atento y descubrir qué era lo que  pasaba, qué fue lo que sucedió, dónde estaba y sobretodo, por qué su cuerpo no respondía a ningún estímulo.

Quizás hubiera sido mejor dejarse llevar otra vez. ¿Qué sentido tenía escuchar todo aquello que estaba oyendo?
Su cuerpo no podía hacerse notar sin embargo su mente, iba acumulando todas y cada una de las palabras que ellos  pronunciaban, iba reconociendo a todas y cada una de las personas que nombraban y, aturdido, asistía  al relato de su vida anterior como mero espectador.

Mientras tanto aquella canción seguía sonando.
Era la misma voz que consiguió enamorarle, la voz que compartió junto a él los momento más felices de su vida, la voz que acompañó durante años sus noches y sus días. Era la voz de su mujer.  Una voz que según indicaban sus acompañantes, se había callado para siempre.

Aquellas personas seguían hablando sin parar. Los impactos  verbales que recibía, le iban mostrando una realidad desconocida, estaba sufriendo enormemente pero, no eran las heridas físicas las que proporcionaban ese dolor; esas no las sentía ya,  su organismo estaba muerto, pero su cabeza aún vivía y  procesaba rápida y ágilmente todas y cada una de las frases que aquellos dos hombres decían y eso le dañaba. Aquellas palabras iban  clavándose en sus sesos cual filos de navaja puntiagudos y afilados.

Aquello no pudo ser, no como ellos lo describían.  
Y ella, ¿Cómo pudo ella engañarle de aquel modo? Con él, con su amigo, con su hermano, con el hombre que él compartía todos y cada uno de sus sueños, de sus pesares, de sus gozos; en definitiva, toda su vida.
Aquel hombre le había engañado y ahora ¿qué pretendía? Ahora que pensaba que él no le escuchaba, venía a pedir perdón llorando amargamente; pero ¿por qué lo hacía?, ella estaba muerta y él era sólo el sonido incesante y acompasado de una máquina, la cual a  ellos les indicaba que su cerebro aún vivía.

¿Por qué continuaba la música, por qué seguía? Una y otra vez la misma canción, aquella que  cantaba a su oído siempre que él se lo pedía. “You are my life”. Mi vida eres tú,  ¡Qué falsa, cuántas mentiras! Pero no podía hacer nada, sólo escuchar los susurros de la conversación que ellos mantenían. Cada vez más bajas y más lejanas percibía las palabras que pronunciaban. A pesar del sufrimiento que le infringían intentaba agudizar su oído, procuraba con todas sus ansias moverse, abrir los ojos, gritar,  trasmitir algún gesto, alguna señal para que enmudecieran y con ello suspendiesen su plática.

No quería seguir escuchando, no soportaba la angustia, pero su cerebro seguía vivo y acumulando frases que jamás hubiera querido escuchar. Desistió en su empeño y volvió a relajarse. Ellos por fin callaron; la entrada de otra persona en la estancia a la que él sólo sentía llorar, les hizo abandonar la conversación que mantenían.

Alguien agarró su mano y besó su frente. Fue en ese momento cuando sintió el olor inconfundible de su infancia, el aroma fresco y alegre de su madre.
A la altura de su mejilla sintió frío y, se dio cuenta de que era una lágrima lo que le había salpicado el rostro  produciendo en él tal sensación.
Entonces su pecho se encogió más aún de lo que ya lo tenía y sintió que la vida se le iba.

No soportó jamás ver llorar a su madre,  no consentía que nada ni nadie la hiciera sufrir, ya tuvo bastante en su día y desde el momento que su padre, aquel cruel y maltratador hombre salió de sus vidas, se juró que jamás nadie la volvería a hacer daño.
Pero mira por donde, quién la estaba procurando pesar más que nada ni nadie en esta vida, era él, uno de sus hijos: su apoyo, su fuerza, su todo en este mundo.

Sintió como su madre le apretaba la mano con fuerza, con vigor, con  ganas de hacerle sentir, de que notara su ímpetu, de transmitirle su energía pero él, aún queriendo, no se movía.  

En su cabeza comenzaron a amontonarse imágenes, gestos, momentos alegres, duros recuerdos y de repente, notó unas ganas inmensas de decirle a aquella mujer aguerrida, todo lo que sentía  por ella.  Agradecerla lo que hizo por él, besarla, llenarla de halagos, cubrirla de palabras bonitas, corresponderla por todo lo que le había dado en la vida. Ese era el único deseo que tenía; pero no podía.

Tal vez… ¿Su tiempo se estaba agotando? ¿Quizás iba a morir? No podía ser; él sentía, notaba, escuchaba, sufría, ¿Cómo iba a estar perdiendo la vida?
Sintiendo el calor y el amor que aquella mujer le transmitía,  volvió a dejar que el sueño le envolviera. Se notaba acompañado, nadie mejor que ella le cuidaría. Se dejó llevar, no tuvo miedo de perderse de nuevo entre los brazos de Morfeo.

Otra vez aquella música, ¿Cómo pedir que por favor no pusieran más aquella canción?, ¿Cómo decir que sabía todo lo que había ocurrido y no quería escuchar más la voz de aquella embustera? ¡Cómo!
No hizo falta, alguien a quien él bien conocía la apagó y mientras lo hacía, le reprochaba a su hermano el hecho de que mantuviera aquella canción sonando repetitivamente.

Si, era ella, la alborozada, jovial y divertida Julia. Esa mujer con la que tuvo sus primeros escarceos amorosos. Esa joven que conquistó su corazón y al segundo se le hizo mil trocitos. Era ella no le cabía duda, aunque si bien su voz tomada y entrecortada, le hacía difícil la comprensión de sus frases.
Escuchó como Julia pidió quedarse a solas. Cuando lo estuvo, se acercó a su oído y le dijo algo tan bajo, que él no acertó a escuchar. Lo que si oyó fueron sus siguientes palabras, vocablos llenos de profundo amor, algo que jamás hubiera imaginado escuchar de su boca y que le estremecieron profundamente.

Sin saberlo él había sido el hombre al que más había querido Julia. ¿Cómo podía imaginar que ella  tuvo que hacer lo que hizo por miedo a su mujer? Jimena sabía su secreto y la amenazó con contarlo. Por eso tuvo que fingir una relación con aquel hombre con que él la descubrió un lluvioso y ventoso día de febrero.  

Julia le pidió perdón por no haber sido valiente, por no haber luchado por su amor y por dejar que fuera Jimena quien se quedara a su lado y porque  aún sabiendo de la traición de ésta, nunca tuvo el arrojo suficiente para contárselo.

La mujer, dejando caer sus labios sobre los de él, volvió a pedir de nuevo perdón y luego deslizó su mano a lo largo de la cama mientras sus pasos se dirigían a la salida. 

Sorprendido, volvió a sentir como se encogía su corazón, ¿Con qué clase de mujer había estado conviviendo todos estos años? ¿Qué buscó realmente en él? Estaba claro.  Su dinero, su poder, su influencia para convertirse a su lado en lo que llegó a ser,  única y exclusivamente eso era lo que quería.  

Una mujer salía y apresuradamente otra entraba. Esta vez apenas sin intentarlo, sus dedos comenzaron a moverse y sus párpados se elevaron lentamente para caer en un instante. Sólo tuvo tiempo de ver un poco de claridad y a los pies de su cama distinguir la silueta de una mujer que reconoció como su madre.  Volvió a relajarse y entró de nuevo en su  ensueño.

Mientras a su alrededor, el personal sanitario corría atendiendo la llamada de auxilio de aquella mujer y, el sonido constante y acompasado de la máquina, poco a poco comenzó a ser solamente constante.

Abrió los ojos y echó un vistazo a su cuerpo. Observó la vestimenta que llevaba y sonrió al verse con aquel aspecto. El silencio era total y la luminosidad en la que estaba inmerso casi le cejaba.
Se incorporó despacio y caminó descalzo. No sentía frío, ni calor ni cualquier otro tipo de sensación. A lo lejos no advertía nada pero de repente, encontró un pequeño asiento. Una gran silla a modo de trono que invitaba al descanso. Él para nada estaba cansado, todo lo contrario, se sentía henchido, incluso cargado de vida, alegre, sin preocupaciones, libre de todo tipo de sentimientos. Decidió sentarse y observar la grandeza de su entorno.

Una voz se coló en su cabeza y dejó caer una frase:  -Ahora has de decidir.
Sobresaltado giró su testa hacía ambos lados y busco la procedencia de aquella voz, pero no encontró nada.
Pasados unos segundos volvió a escucharla: -Ahora has de decidir.
Se levantó rápidamente y sin pensarlo dos veces comenzó a caminar sobre la vereda marcada.

Tras unos pasos y de igual modo que antes, apareció ante sus ojos el trono donde estuvo sentado; en esta ocasión frente a él encontró una verja y apoyada en la misma un hombre bien vestido, alto  y con los ojos muy claros, parecía esperar su llegada.
Estaba muy cerca y aunque sus pasos no avanzaban sobre el sendero, él continuaba andando.
-Entiendo por tu trayectoria, que ya has decidido tu destino.-  Escuchó de nuevo en su cabeza.
-¿Qué destino? ¿Quién me habla? Contestó en voz alta esperando la respuesta de aquel hombre que al fondo le esperaba. Pero tras dejar pasar un instante, no halló réplica y reiteró de nuevo sus preguntas.
Molesto por la falta de respuesta se paró; cesó su camino y vio como la imagen del hombre apuesto que junto a la verja le esperaba, iba poco a poco diluyéndose hasta desaparecer de su vista.
Aturdido giró sobre si mismo un par de veces, tal vez tres. Confundido y ofuscado volvió a retomar el camino.
                                             ……………………………………………

  El despertador sonó incesante como todas las mañanas y Gustavo posó sobre él su mano para detener el estruendo que producía.
Notó una sensación extraña mientras se colocaba las zapatillas y tuvo la impresión de que algo  había  soñando pero, no recordaba nada.

Mientras el agua caliente cubría su cuerpo, escuchaba el trastear de Jimena  y la música que como cada día acompañaba sus desayunos.
Seguramente ella ya tenía preparado el café y pensó:
-Es una joyita mi niña. Las maletas preparadas, el café recién hecho… (Di que bueno, hoy la tocaba a ella) y además este viaje sorpresa que me ha preparado. No se puede pedir más, así da gusto.

La jornada era espléndida y el fin de semana prometía. Disfrutar junto a su mujer de un par de días de libertad, era algo que Gustavo deseaba desde hacía tiempo y así se lo había comentado en más de una ocasión.  

El nacimiento de su hija les había privado de esa intimidad a la que estaban acostumbrados, pero por fin ella había cedido, la niña ya estaba en casa con su abuela y ellos dos dispuestos para emprender el viaje.

Jimena, a pesar de que a ratos canturreaba,  apenas pronunció palabra durante el trayecto. No se mostraba nada habladora y se la notaba distante.  Él iba poco a poco molestándose con aquella situación, si ella había preparado el viaje ¿por qué ahora tenía esa actitud? No era propio de su carácter siempre hablaba sin parar, era alegre, divertida, la encantaba cantar con la música que sonaba en la radio y comentar las letras de las canciones. Pero hoy sin embargo estaba desconocida. A decir verdad así llevaba un tiempo, se mostraba distante, buscaba la soledad, se alejaba de él con cualquier escusa,  no parecía ella desde hacía algún tiempo.  
Y… ¿por qué no preguntarla que sucedía, a que se debía su desgana, su desanimo, su gesto, sus malos días?

Pasado un rato, Gustavo se animó a preguntar cual era el motivo de su desidia y recibió por respuesta una frase que le desconcertó por completo:
 –Quiero el divorcio-.
El hombre aturdido,  giró la cabeza hacia la derecha buscando su mirada, en principio pensó que bromeaba, pero rápidamente se dio cuenta que en absoluto lo hacía. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la expresión de su cara desencajada, mostraba signos de una gran tristeza.
Nervioso con la situación que en un momento se le había planteado, pisó sin apenas darse cuenta el acelerador sin apartar la mirada de su mujer. Cuando quiso reaccionar y enmendar el error cometido, el coche estaba descontrolado y se dirigía de frente hacia un trailer, intentó controlarlo pero era imposible, ya era tarde para cambiar el destino.  
La colisión fue terrible. Al momento, todo quedó en silencio.

6 de junio de 2012

Los Pegimun

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2 de enero de 2012

Los Pegimun

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22 de noviembre de 2011

Los Pegimun

En una casa escondida entre los árboles, viven Los Pegimun*, una familia de criaturas muy especiales. ¿Por qué? Porque son INVISIBLES... Nosotros no podemos verlos ni a ellos ni a sus... Pegimuebles, sus pegiplatos, pegijuguetes y pegicacharros, ni tampo las pegsetas con las que pagan en el mercado.
No  tienen enemigos, salvo los malvados Brucolinos que acechan a los niños despistados.
Son felices, pero lo bueno no dura siempre. ¡Unos humanos pretenden instalarse en su preciosa casa! Tendrá que pedirles algunos poderes mágicos a Las Fuerzas del Bien, pero... ¿serán suficientes?

* Este cuento está indicado para niños de entre 8 y 10 años. No pierdas la oportunidad de regalar un magnifico cuento.       lospegimun@gmail.com

4 de octubre de 2011

De cara a la vida


Poco a poco Selma iba llenando su maleta. Además de la ropa y los enseres que pudiera necesitar, ésta, contenía ilusiones. Precisamente, eran  esas ilusiones las que ocupaban el mayor espacio en su valija. Pero aquello, no era tangible, el  peso de aquel sueño, había estado viajando con ella desde que fue consciente de lo que realmente la pasaba, estaba en su cabeza,  unido a los recuerdos, envuelto en los llantos, en las noches en vela, en los reproches recibidos, en las sonrisas digeridas, todo aquello, había conseguido soportarlo cada momento de su vida. Dentro de aquella maleta viajaba su quimera, pero a la vez, ella era consciente de que a pesar del paso del tiempo, a pesar de que la ley la protegía, a pesar de que ya no estaba mal visto socialmente como hace años, siempre quedaría algo o alguien que en algún lugar y en algún momento la recordara qué… el género que figuró el día de su nacimiento era masculino. Ya estaba preparada, no llevaba muchas cosas, la cerró conscientemente, dando por hecho que todo lo que necesitaba estaba dentro.  El tren salía a las dos de la tarde,   aún  era muy  temprano para dirigirse a la estación.

Antes de partir debía despedirse de Aurora, su vecina, la íntima amiga de su madre, su paño de lágrimas, su defensora, su cobijo, su regazo, su confidente fiel y leal. Cogió las llaves y bajó las escaleras. Al llegar a su puerta se detuvo un momento, sentía pena por dejar sola a la mujer, sabia cuanto había luchado en contra de la soledad, y ahora, era ella quien la abandonaba, solo por un tiempo, si, pero… eran los peores años, su edad avanzada la hacía dependiente, no sólo física  sino afectivamente. Tocó con los nudillos como siempre hacia para que ella supiera quien llamaba. Mientras la mujer se acercaba a la puerta, ella escuchaba sus pasos cortos y cansados, acompañados del sonido que su bastón producía al golpear la madera del viejo piso. Selma recordaba lo que aquella mujer menuda físicamente, pero grande y fuerte como una secuoya, había significado en su vida y en la de su madre. Era una de las pocas personas que a pesar de su edad, comprendía lo que la pasaba y la aceptaba tal y como era; igual… debido a la amistad que tuvo siempre con su madre, quien  la  hizo cómplice de los problemas que en casa surgían con su padre y su tozudez sobre el asunto. Selma sabía que Aurora era parte de su vida. Sin ella posiblemente hubiese sido aún más desgraciada de lo que fue, sin ella no hubiera podido soportar la vida junto a su padre, las vejaciones, los malos ratos; recordaba delante de esa puerta, las horas que había pasado en aquella casa, amparada en Aurora, consolada por ella, animada,  respaldada.  Recordaba… cuando siendo una adolescente, corría a sus brazos y lloraba amargamente cada vez que su padre la tomaba con ella. En un instante, a su cabeza acudieron recuerdos, momentos de sus vidas, trazos de historias contadas por las dos mujeres que habían sido su pilar; su madre, y  Aurora; remembranzas que comenzó a narrar interiormente como si estuviera contando esas pequeñas historias en un auditorio repleto:
… Sus vidas fueron paralelas en muchos sentidos,  Carmen, mi madre,  y Aurora, casi nacieron juntas como ellas solían decir.  Aurora, era huérfana de padre, y a pesar de los esfuerzos de su madre por sacarlas adelante, careció de muchas cosas, incluso de alimentos básicos. Mi abuela Lucia,  a pesar de no andar sobrada, cocinaba casi todos los días los pucheros con un par de cucharadas de más que gustosa acercaba a casa de Aurora; su marido, mi abuelo Vicente,  cuando traía algún que otro pescado de más, llamaba a gritos a Aurora  y se los daba antes de entrar en casa.  Juntas habían jugado a la pita, a la cuerda, a las chapas, incluso ganando en ocasiones a los chicos.  ¡Cómo se reían recordando anécdotas de aquellos malos pero divertidos tiempos! Igualmente juntas, aprendieron a bailar y a coser a la vez, en la cocina de la casa de la abuela Lucia y  al ritmo de las canciones que sonaban en la radio por las tardes, entre puntada y puntada, siempre,  bajo la atenta y cariñosa mirada de Inés, mi tía, quien debido a la polio que sufrió de niña quedó débil y enferma de por vida pero… a pesar de la dificultad que la suponía coser, lo hacía con destreza, consiguiendo con ello trabajar y aportar en casa el dinero que sacaba de los arreglos en las ropas  que hacia a las vecinas del barrio.  Mi madre siempre me contaba que las dos la sonreían y la besaban con pena; no era justo que una chica como Inés no pudiera divertirse, no pudiera pasear, no pudiera lucir lindos vestidos. Intentando compensarla, cuando regresaban de sus paseos, mi madre entraba derecha en la habitación que compartían; Inés continuaba dando puntadas, igual que la dejaron, o leyendo alguna novela; con una gran sonrisa se colocaba delante de ella, escondía sus manos en la espalda y  la decía: -abre la boca y cierra los ojos- y la metía en la boca un trozo de rosquilla de anís o una garrapiñada,  al mismo tiempo, mi madre posaba sobre la mesa de costura de mi tía Inés,  el paquete con las rosquillas o el cono de almendras; Inés, las saboreaba, las comía poco a poco,  incluso la duraban varios días.  

Mi madre y Aurora conocieron a sus respectivos novios, como no podía ser de otras maneras… juntas. Recuerdo cuantas veces Aurora le repitió a mi madre que no debió casarse con él;  aunque el aprecio era mutuo, ya que él, nunca pudo soportar la amistad que ellas tenían, y mucho menos a Aurora, que sin ningún pudor le soltaba en su cara todo aquello que no la parecía bien; él la miraba con odio y se revolvía en el sillón, jamás tuvo el valor de replicar ni una sola de las palabras que ella le echaba en cara, pero eso sí, en el momento que desaparecía de su vista, por su boca salían todo tipo de improperios que casi siempre terminaban con una fuerte discusión entre mi madre y él.   Tengo entendido que de recién casados, mi madre, llevada por el enamoramiento se dejó influenciar; él consiguió que durante un tiempo las dos dejaran de hablarse,  al menos eso era lo que mi padre creía, ya que ellas se  veían a escondidas  cuando iban al mercado; se sentaban en un banco de la Plaza de las Viejas y hablaban de sus cosas. Aquello duró unos años, hasta que un día, llegó a casa dando gritos y echando en cara a mi madre,  el engaño al que había estado sometido todo ese tiempo. Algún conocido las vio y se lo contó.  La discusión que hubo en casa, una de muchas, fue grande, pero mi madre se impuso y le dijo sin ningún recelo, qué nunca perdería la amistad que tenia con su amiga. Aquello le costó una bofetada que la dejó marcados los dedos en su mejilla izquierda durante horas. Lo recordaré siempre, a pesar de que era muy pequeña, aunque hubo alguna más, aquella, me marcó de una manera especial. Tal vez porque fue la primera que presencié. Con los dedos señalados y los ojos llenos de lágrimas,  mi madre  me agarró de una mano y nos fuimos a casa de  Aurora. Allí,  tomando  un café,  mi madre la contó acaloradamente, todos los detalles de la discusión que había tenido con su marido.
  
Como ya dije, Aurora,  era huérfana de padre desde muy pequeña, y su madre falleció cuando apenas tenia catorce años. Su única hermana, Margarita, se enamoró  de un francés,  el primo del frutero que había cerca de su casa; esta sin dar demasiada explicación, un día la dijo que se casaba y  en un abrir y cerrar de ojos  así lo hicieron; prepararon la maleta y se fueron a  Francia.
El tiempo hizo lo demás, poco a poco las cartas eran cada vez mas espaciadas, apenas una o dos al año y así,  fueron perdiendo el contacto,  la última que recibió lo hizo unas navidades, en ella contaba Margarita, que junto al Francés, como  Aurora  llamaba  al hombre que se llevó a su hermana; habían puesto en Lyon una  boulangerie.

Aurora no se casó; cuando faltaban apenas dos meses para su enlace, el hombre al que ella amaba, deseaba, e incluso idolatraba, sin decir adiós, y con la maleta llena de planes, un buen día la dejó sola; eso si, de una manera totalmente involuntaria. Salió a pescar como hacia tantas y tantas mañanas y una gran ola, desplazó su pequeña embarcación contra las rocas  con tal virulencia, que dejó el cuerpo inerte de Federico pegado a las mismas. Aquello fue para ella como la muerte en vida, realmente comenzó a darse cuenta de su soledad. Después de muchos meses, sin saber que hacer, sin fuerzas para comer tan siquiera, se acercó a casa de mi madre que aún estaba viviendo con mis abuelos y la pidió que la ayudara,  había tomado una decisión pero necesitaba que alguien la apoyara. La decisión de Aurora, no era ni más ni menos que…, alquilar las habitaciones de su casa, convertirla en una pensión. Mi madre, me contaba que cuando ella la expuso la idea, no entendía muy bien a que venia aquello, ¿Por qué no podía seguir en la pescadería de Rita donde trabajaba desde cría?, ¿Qué necesitad tenia en complicarse así la vida? Los motivos que ella le dio, fueron suficientes, enseguida la comprendió. No sólo la entendió, sino que la ayudó en todo lo que pudo, los ratos que su trabajo la dejaba libres, los ocupaba en los arreglos y el acondicionamiento de la vivienda;  entre las dos consiguieron crear una pensión pequeña y acogedora que mantuvo sus cinco habitaciones completas durante muchos años.  Con ello,  Aurora consiguió su propósito. El cual,  no era ni mas ni menos que el de no estar sola, el de no ver su casa vacía.  Evitó los sonoros ecos que aquella casa producía y poco a poco  debido a sus muchas ocupaciones, había conseguido olvidar; a cambio, la  casa y su vida se llenaron  de historias  y voces que sus huéspedes traían. Consiguió ser amiga de ellos, confidente, y en muchas ocasiones en ella encontraron el  apoyo que necesitaban. Fueron y aún son muchos los que la escriben, e incluso la envían flores por su cumpleaños o pequeños regalos en Navidad, todo ello como agradecimiento por los muchos y desinteresados favores que ella les hizo.

La puerta se abrió y devolvió súbitamente a Selma a la realidad. La anciana, cogió las mano de la chica,  con una gran sonrisa pero los ojos llenos de lágrimas, las cuales apenas la permitían  ver con claridad a Selma,  la despidió sin apenas decir palabra, acercó su cuerpo al de ella y la abrazó intentando que sintiera, todo el cariño que la tenia, bajó la mirada y sacó un pañuelo del bolsillo, después de secarse los ojos, tomó aire y la  pidió que le diera noticias de ella, que le llamara para contarla como estaba aunque,  de todos modos, si ella no lo hacia, sería la anciana quien la llamaría. Le preguntó por su vuelta y le ofreció sus cuidados si fuesen necesarios, Selma la agradeció su cariño y la dijo que no se preocupara, que serian unos meses solamente y luego regresaría al barrio. Al contestarla, Selma dudó de que aquello fuera así, en principio no entraba en sus planes regresar pronto, se iba a dar un tiempo en aquella ciudad, quería vivir alguna experiencia nueva; había tomado una decisión y en  ella iban otras muchas, como posiblemente, la de no volver  al menos en mucho tiempo; afortunadamente su negocio funcionaba a la perfección sin ella, después de años de duro trabajo, había encontrado un personal eficiente que desarrollaba sus funciones sin ningún problema, las compras necesarias podía efectuarlas ella desde cualquier lugar, su encargada y además amiga, conocía todos y cada uno de los pasos necesarios que debía de dar en el mundo en el que se movía.

Salió del portal y cruzó la calle. Dando los buenos días como era su costumbre, con la sonrisa en la boca y un alto tono de voz, se sentó en la barra del café “La Zona” como cada mañana.  No era necesario que pidiera, Carlos, el camarero, conocía perfectamente lo que Selma tomaba, un zumo de tomate, un café muy caliente y una tostada completita.  La cafetería no estaba muy animada aquella mañana. Departió un momento con Carlos mientras preparaba su desayuno, se le tomó tranquilamente y luego se levantó. El hombre extrañado preguntó si ya se iba, pues ella, acostumbraba a quedarse al menos media hora, contestando afirmativamente, salió diciendo,   -hasta mañana-.  Qué gracia la hacia notar como Carlos la miraba cuando salía, en los cristales de la puerta le veía reflejado, observándola; pudiera decirse que incluso con deseo, a Selma aquello le hacia mucha gracia, y no podía olvidar las veces que Carlos, siendo pequeños se había mofado de ella por ser diferente de los demás muchachos. Sin embargo a medida que iban creciendo el fue el primero en entender lo que la pasaba. Hoy para él, Selma era toda una mujer. ¡Quién lo hubiera dicho años atrás!

Ya se acercaba la hora, entró en su casa y lo primero que vio, fue su equipaje esperándola en el hall.  Agarró su maleta con fuerza, levantó la cabeza y esbozó una gran sonrisa, dando un sonoro y seco portazo, cerró la puerta finiquitando con este gesto años de incomprensión, noches de llanto desconsolado, charlas interminables con su madre, quien con su mejor voluntad, intentaba hacerla ver, que estaba equivocada, qué era un chico estupendo y que cuando encontrara una chica especial, el hombre que estaba fuera de ella resurgiría por dentro. Aquello era algo que tanto ella como su madre percibían que no sucedería  nunca,  aún más, cuando tomó la decisión de empezar a  medicarse  y su cuerpo poco a poco empezó a cambiar.  No fue difícil ir notando como sus rasgos faciales iban suavizándose y  su pequeño cuerpo se iba tornando más femenino. Caro fue el precio que tuvo que pagar.  Ahora, por fin, iba a culminar su sueño.

 Ya en la estación, se sentó en el andén a fumar un cigarrillo, el tren ya estaba allí pero aún faltaban unos cuantos minutos para su salida, disfrutó de él como quien bebe un vaso de agua fresca un día caluroso de verano.

Eran tantos los recuerdos que asomaban en su mente que se agolpaban unos tras otros, mostrando solamente el principio de cada uno, aunque rápidamente recordaba todas las escenas y  las encadenaba sin dar tiempo a su cabeza a descansar; el pueblo, su padre, el colegio, los amigos, los desprecios, las risas, los líos, los amores imposibles, su madre… Si, ella, su verdadero motor, su fuerza, su apoyo constante, ella y  Paca, solo ellas la habían comprendido. Sin abandonar sus pensamientos subió al tren y tomó asiento al lado de la  ventanilla, la cual, había escogido como compañera de viaje, seguiría pensando en su pasado e intentando vislumbrar lo que el futuro la podía deparar,  al menos eso era lo que ella deseaba.

Cuando el tren se puso en marcha, el estómago le dio un vuelco, cerró los ojos y se agarró la barriga.  No era capaz de reconocer  la sensación que tenia, nunca se había sentido así, era como si su libertad, retenida en los rincones de las arterias, comenzara a fluir a lo largo de las venas llevando por todo su cuerpo frescura y alegría.

Con la cabeza apoyada en la ventana y los ojos cerrados, noto como el tren se paraba en una estación, no le apeteció abrirlos ni tan siquiera para mirar donde estaba. Aquel no era su destino, para el suyo quedaban aún alguna que otra hora. Notó a su izquierda, como alguien al sentarse  rozaba  su brazo sin querer. Ella se revolvió en su sitio como molesta, abrió los ojos y se colocó erguida en su asiento.  Giró la cabeza hacia el lado de la ventana y por el reflejo del cristal pudo ver a la persona que estaba a su lado.

Era un hombre de unos cincuenta  y muchos o sesenta años, debía de ser bastante alto, su cara tenía una pequeña sonrisa dibujada,  su pelo era más bien escaso, la pareció que sus ojos eran claros o al menos tenían un brillo especial, chispeantes, pensó en ese momento.

El hombre dirigió la mirada hacia la ventana y en el mismo reflejo por el que Selma le observaba se percató de que le miraba, sonrió y la saludó. Ella, volvió la cabeza hacia él y replicó amablemente. Casi sin saber como, se encontró escuchando las explicaciones que el hombre le daba. Empezó a contarla que había estado a punto de perder el tren por su mala cabeza. Como siempre, no recordaba donde había dejado los billetes y no era capaz de encontrarlos, al fin estaban en el sitio apropiado, donde debería de haber mirado primero, en el bolsillo del maletín de mano. Siguió contando que se dirigía a casa de su hija, se había prejubilado  de su trabajo, estaba solo y llevaba tiempo dándole vueltas al tema. Su hija se había quedado viuda el pasado enero, su marido sufrió un infarto mientras conducía y tuvo un accidente , el yerno había muerto del golpe que se dio en el coche mas que del infarto, que según le informaron a su hija no había sido tan fuerte como para matarle. El caso era que se había quedado sola con dos pequeñas que según la contó, eran las niñas de sus ojos. La enumero una cantidad terrible de cosas que las niñas hacían o dejaban de hacer, le narró las conversaciones que tenia con ellas por teléfono y todo lo que le contaban diariamente. A Selma la cabeza la empezaba a explotar pero no sabia muy bien como hacer callar a aquel pasajero que se había sentado junto a ella. El hombre continuaba hablando sin descanso, Selma le miraba y asentía con la cabeza, notaba en él la necesidad de hablar, de contar sus cosas, de compartir la alegría que sentía por la decisión que había tomado. Aunque si bien era cierto Selma, apenas prestaba atención a sus comentarios, su cabeza estaba en otra parte no obstante, sus gestos daban muestra de atención al monólogo que mantenía su compañero de viaje.

En un momento de la conversación el hombre le pregunto donde iba, cual era su destino.  Selma se quedó mirando y de repente se dio cuenta que aquella persona esperaba una respuesta, pero no era capaz de saber que contestar, sus pensamientos no la habían permitido oír la conversación del hombre desde hacia un buen rato, por lo tanto con una sonrisa exagerada se inclinó hacia él y le dijo –perdón, ¿decía usted?-

Selma pensó rápidamente, no le apetecía dar explicaciones a ese hombre que acababa de conocer,  además qué le iba a contar, ¿Qué iba a someterse a una intervención de vaginoplastia?, ¿Qué era el sueño de su vida?, ¿Qué gracias a su madre se iba a poder operar?, Le iba a contar… ¿Qué su padre la odió hasta la muerte por ser diferente?, ¿Qué ha sufrido en todas las etapas de su vida por su condición?, ¿Qué su madre se pasó casi todo la vida  ahorrando sin que ella lo supiera para dejarla el dinero suficiente con el cual pudiera realizar su sueño y comenzar una nueva vida?.  Eso le iba a decir  a aquel pasajero con cara de felicidad y vida sosegada.  Mejor no.

Selma, se recolocó en su asiento, miró por la ventanilla y observó el paisaje, le indicó a su acompañante lo bello que estaba el día y como lucían  hermosas las montañas que de lejos se divisaban, le indicó que aquel paisaje le recordaba su infancia, cuando vivía en Italia y hacia excursiones con sus padres a lo largo y ancho del país, siempre en tren. Se giró hacia su compañero de viaje y  posando su espalda en la ventanilla  cruzó sus largas y delgadas piernas y se retiró el pelo de la cara.

Bien amigo, mi estación esta un poco más alejada que su  destino,
 -comenzó a decirle- . Le contó que iba a visitar a su hermana  ésta había tenido mellizos a los cuales deseaba conocer. Los pequeños tenían apenas diez días y ella aprovechaba el momento, porque su marido estaba de viaje en Dubai. Era ingeniero y a su empresa  le habían concedido la construcción de una gran torre. Por ese motivo  debería de estar allí largas  temporadas, por lo tanto no podía ser mejor momento para ir a ver a sus sobrinos. Le contó que por supuesto ella podía haber viajado con él, pero no era un lugar al que le apetecía  ir, a pesar de todo lo que le  habían contado de aquella ciudad; el lujo, los edificios, los grandes centros comerciales, la verdad es que no la tentaba en absoluto,  pasarse allí un montón de meses. Ni ella misma  daba crédito a las palabras que salían de su boca, ligaba una mentira tras otra sin ningún reparo, con la naturalidad propia de cualquiera  que narra su  vida y a la vez  experimenta la dicha de compartirla con alguien. El hombre la miraba y la escuchaba con interés, se notaba en su cara que todo aquello que Selma le contaba le estaba entusiasmando, la hacia preguntas sobre sus comentarios y mantenía una conversación fluida y rápida, tanto que  sin saber muy bien como, el hombre le preguntó por que motivo había pasado su infancia en Italia, a caso, ¿sus padres eran italianos? – preguntó-.

Sin apenas pensarlo, Selma decidió seguir contando  esa historia que llevaba dentro, esos sueños que de niña  siempre tuvo. Por que no, se dijo a si misma.  Cuando ya era una adolescente y su padre la insultaba y la podía en ridículo por su condición, se evadía del mundo, cerraba los ojos y soñaba.

Volvió a echar hacia atrás el mechón de pelo que de vez en cuando caía sobre su cara y se dispuso a contestar a su compañero de viaje. Su historia estaba engendrada sólo tenia que disponerse a narrarla. Pues verá querido compañero, - le dijo con una sonrisa melosa-.  Contó que sus padres, se habían conocido en Venecia.  Ambos fueron de vacaciones con sus respectivos amigos. Su madre había ido con sus compañeras de clase para festejar el fin del curso y su padre, estaba en casa de unos amigos de la familia que le habían invitado. Estos tenían en Lido una bonita casa que frecuentaban solamente en el verano,  la cual siempre estaba llena de gente.  Aprovechó estos datos para incluir sus comentarios sobre Lido, lo mucho que le había gustado y la tranquilidad que se respiraba en aquella isla, aún en pleno verano y abarrotada de gente su encanto cautivaba casi tanto como la misma Venecia. – ella jamás había estado allí-. Bueno sigo que me desvío,  -le indicó-.   Sus padres siempre decían que aquel fue un instante mágico, los dos quedaban unidos en ese momento, aunque  tuvieron que pasar unos cuantos años para compartir su vida. Después, el destino o   más bien, el trabajo de su padre, el cual había sido funcionario en la embajada española les llevaron a vivir a Italia durante muchos años, aunque tanto su hermana como ella vinieron a estudiar a España cuando fueron mayores. De ahí, que hubiera recorrido Italia en tren, igual que lo había hecho en España cuando sus padres regresaron. Su padre era un entusiasta  del ferrocarril y aprovechaba cualquier oportunidad para contar algo relacionado con el mismo siempre que estos viajaban.  Su compañero ocasional,  la miró y le hizo notar el entusiasmo que mostraba al hablar de su padre. Selma bajó la cabeza y notó como sus ojos de llenaban de lagrimas, en lo mas hondo de su pecho sintió un pellizco, de rabia tal vez. Estaba describiendo un personaje, no a su padre, en aquel momento tuvo ganas de decirle como era realmente su padre, cuando habían sufrido su madre y ella. Su madre, que había soportado durante años la convivencia con un ser egoísta y enfermo.  Pero no podía, eso rompería la magia  y mataría su historia. Levantó la cabeza y esbozó otra sonrisa.  El pasajero, admiró la vida que Selma había tenido, el hombre la dijo que viajar era algo que siempre había deseado, pero de joven no pudo  por falta de dinero y después  cuando se casó, el trabajo absorbía todo su tiempo, ahora cuando al fin podía hacerlo,  sus ganas y sus ilusiones se habían apagado.  El tren redujo su marcha disponiéndose a parar y Selma como si aquello fuera una señal,  sintió remordimiento de todo cuanto  estaba diciendo. No era justo engañar a aquel hombre con esa historia. ¿Qué sabia ella de ese pasajero? y mas, quien era ella para juzgar su dicha, tal vez su pasado tampoco hubiera sido maravilloso, quizás su presente no era feliz, y su futuro, quien sabe como iba a ser.  El hombre se levantó deprisa al darse cuenta que llegaba a su  estación, recogió sus maleta y miró a Selma.

Ha sido un placer viajar con usted señora, -le dijo-,  espero que todos sus deseos se cumplan. La vida me ha enseñado a leer en los ojos de los demás, créame cuenta muy bien las historias pero aún no ha cultivado el  control de sus gestos. Sea cual fuese lo que ha omitido formaba parte de su vida y la vida de cada uno debe de ser salvaguardada por uno mismo y yo eso, lo entiendo, pero  contar otra vida para cubrir con ello las desdichas sufridas, nunca paliará el sufrimiento. Selma, levantó su cabeza y miró fijamente a los ojos del pasajero.  Tiene usted razón, - contestó- pero para mí, estas han sido las horas más felices que he vivido en mucho tiempo. Tal vez porque  esta historia no formaba parte de mi vida, porque siempre fue un sueño, que hoy, de alguna manera  he compartido con usted. Lo siento.

Selma miró con disimulo como aquel hombre se alejaba por el  pasillo del vagón; él, al  pasar junto a la ventanilla donde ella estaba sentada, levantó la cabeza en señal de saludo y continuó caminando lentamente por el andén. El tren volvió a ponerse en marcha, la próxima parada era la suya, iba a comenzar una nueva vida, pasado mañana estaría en un quirófano donde después de unas horas, despertaría con un nuevo sexo, despertaría a la vida que siempre había deseado, despertaría por fin dejando atrás su pesadilla. Pero… ¿Realmente aquello iba a cambiar su mundo, iba a hacer que fuera mejor persona, iba a cambiar algo? Aquellas respuestas estaban por llegar, solamente el tiempo haría notar las diferencias. Ahora tenia que centrarse, debía caminar firme, pero no tenia que olvidar nunca, como fue el sendero que la llevo a la meta.
Bastaron unos minutos que Selma apenas notó, para escuchar por la megafonía, la voz melodiosa e impersonal que anunciaba su estación de destino. Sacó de su bolso el neceser de maquillaje y buscó tranquilamente el perfilador y la barra de labios, giró su cabeza hacia la ventanilla y con la mayor normalidad, se perfiló los labios, a continuación, deslizó sobre ellos el carmín rojo que tanto la gustaba. Muy despacio, comenzó a recoger sus enseres, se  levantó, colocó su abrigo sobre los hombros y dejó que pasaran delante de ellas las personas que viajan en su vagón. Cuando ya no quedaba nadie, miró a ambos lados; peinó sus cabellos con los dedos, meneó su cabeza ágilmente, se colocó las gafas de sol y centró de nuevo la  prenda en sus hombros. Una vez en el andén, posó su equipaje, inspiró despacio y largamente el aire de aquel lugar; a medida que entraba en sus pulmones, sentía como todo su cuerpo se llenaba de vida, como recibía el  oxígeno nuevo que necesitaba todo su organismo; tiró con rabia del mango de su maleta, levantó la cabeza y comenzó a caminar segura, altanera, lozana, fresca,  todo en ella rebosaba vida, iba de frente, con la mirada fija en la puerta de la estación.  Por fin comenzaba a vivir, ahora, pasara lo que pasase, ella iba a ser para siempre Selma Palot Truhán,  aunque en su partida de nacimiento alguien pusiera, Vicente Palot Truhán. Por fin comenzaba a ver la meta, a partir de ahora  ya estaba  yendo… de cara a la vida.


16 de junio de 2011

Espera

Sentado en el escalón de acceso, esperaba impaciente su llegada.
Nunca antes tuvo una sensación así. Su respiración agitada, avivada por la prisa en llegar,  iba volviendo a la normalidad pero sus nervios, a medida que el tiempo pasaba se agudizaban.
Por allí no aparecía nadie. Los pocos que lo hacían distraídos en sus pensamientos,  pasaban por delante de su cara sin tan siquiera mirar.
El ojeaba una y otra vez el reloj, sacaba su teléfono y observaba la pantalla a la espera de alguna llamada; algún mensaje, algo que le indicará la llegada que tanto esperaba.
Al mover su cabeza hacia la derecha, advirtió como el autobús se aproximaba. Se levantó despacio y sacudió su trasero con ambas manos. Dio un par de pasos hacia delante, pero sin llegar a la parada porque  no quería que se  notara en exceso su ansia.  El bus pasó deprisa, no interrumpió su marcha.
Mirando como se alejaba, volvió a sentarse de nuevo. Ahora,  poco a poco notaba como la tranquilidad  iba ganando fuerza a su inquietud.  La espera ya no le excitaba.  
Al cabo de un rato, un coche a su izquierda paró y a  lo lejos pudo advertir como alguien se  bajaba.
¡Ya está! Por fin llega  - pensó -  
El transeúnte anduvo durante un instante en su dirección y él, ya dispuesto, en pie, esperando para saludar, casi con la mano tendida, vio como aquel daba un giro y cruzaba la calle.  No seguía la dirección que podía llevarle hasta él. Acercándose deprisa otra persona lo interceptaba. Después de unos segundos de charla,  ambos en la misma dirección caminaban y poco a poco de él la distancia se agrandaba.
Volvió de nuevo a sentarse. Otra vez miró el reloj, sacó el móvil nuevamente y lo observó. Era extraño, mucho tiempo allí sentado y no acababa de aparecer. No pasaba nada.  
La mañana se animaba y el ir de venir ya era constante. Algunos según se acercaban le miraban fijamente y él pensaba: ¡Ya está aquí! ¡Ese es! ¡Ya llega! ¡Claro!... vine demasiado pronto y por eso ha sido la espera tan larga. Pero… Para nada.
Frente a él nadie paraba, nadie le daba la oportunidad que estaba esperando, nadie le decía nada.
¡Al fin una señal! El móvil sonaba. Los pitidos constantes del aparato que descansaba sobre los dedos de su mano, y la luz  que intermitentemente se irradiaba, indicaban que un mensaje de texto entraba.
Su corazón se aceleró hasta el punto de notar en su pecho como palpitaba. Posó sobre el  mismo su dedo y de repente el texto  apareció en su pantalla. Decía:

“Si la oportunidad no llega, si la estas viendo pero siempre de ti se aleja. Levántate y camina en la dirección dónde vaya. No sirve desearla, hay que agarrarla con fuerza y trabajársela. Sentado y de espera nada llega.  O... la  provocas y la persigues, o solamente verás como por delante con otros, se pasea”

25 de abril de 2011

La percepción de Manuela


Los ojos de Manuela observaban con atención la escena  desde la ventana del comedor de su casa. Fuera, sus padres discutían.
Aquello se había convertido en algo cotidiano. Bien a una hora; bien a otra, las riñas entre ellos eran algo común desde hacía unos días. Manuela se dirigió a la puerta de entrada y la abrió. Ellos se volvieron hacia la pequeña a la vez y soltaron un grito: – ¡Entra y cierra!  
- ¡Mira qué bien!... en algo están de acuerdo – Pensó la niña.
La verdad es que aquella situación comenzaba a molestarla. Sabía por sus amigas y compañeras del colegio, que así habían empezado los padres de muchas de ellas y...  el final de aquellas discusiones, era en la mayoría de los casos el mismo. El divorcio.
Manuela comprendía lo que era aquello, de hecho había vivido con ellas, los malos ratos que algunas pasaban durante un tiempo debido a la adaptación a esa nueva vida; la cual,  las obligaba a desplazarse de un lado a otro cada fin de semana o, la añoranza diaria de uno de los dos, en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas la del padre. Después, con el paso del tiempo, ella  había notado como aquellas niñas iban recuperando la alegría e incluso, se sentían a gusto. El motivo era bien sencillo;  tanto unos como otros, consentían más sus caprichos y trataban en todo momento de tener contentos a sus hijos.  Disfrutaban de dos casas, y en  ellas, disponían de su propia habitación, tenían  dos regalos y dos fiestas de cumpleaños, en definitiva, todo se duplicaba.
La relación con su padre era especial y no podía imaginar lo que sería su vida sin verle todos los días. Al contrario que sus amigas, Manuela era con él, con quién pasaba más horas. Con él hacía los deberes, era él quien la llevaba a las diferentes actividades extraescolares que tenía a diario. Todas esas cosas eran motivo de complicidad entre ellos. Ella le gastaba bromas constantemente. Escuchaba las conversaciones que las madres tenían y luego le preguntaba con un aire socarrón… -¿Has tomado nota de la receta de pastel de nueces que han comentado?
Por otra parte la niña, también soportaba los latiguillos de los otros chicos cuando estos preguntaban por su madre, o las risas de todos  ellos cuando por ejemplo; había que llevar una camisa con remiendo cosida y algún gracioso preguntaba… ¿La cosió tu padre Manuela?  Pero todo eso a ella no la importaba lo mas mínimo. Ella sabía que en su casa, los trabajos estaban repartidos de otra manera y que era su madre, la que pasaba más tiempo en el trabajo. El despacho que dirigía Begoña,  absorbía todo su tiempo. Ricardo por su parte, aceptó de buena gana el rol de “amo de casa” cuando su mujer le planteó la posibilidad de ascender en su carrera.  No dudó un momento en que ella siguiera adelante; al contrario, apoyó su decisión. Él tenia suerte, su trabajo en el Banco le permitía disfrutar de  un horario  adecuado a sus necesidades familiares. Le daba la posibilidad de cuidar y atender a su hija.
De todo aquello Manuela era consciente. Asumió desde el primer día la situación. Sus padres se encargaron de hacerla ver, que el mundo actual ofrece oportunidades tanto a hombres como a mujeres y que en esta ocasión, su madre, era la persona que iba a llevar el peso del trabajo que se desarrolla fuera de casa. Por lo tanto, ella lo veía como algo natural. Jamás  la reprochaba; aceptaba los viajes de su progenitora igual que otros compañeros lo hacían con los de sus padres. Tampoco se sentía abandonada por ella, ni mucho menos. La quería como cualquier hija puede querer a su madre. Eso sí, en  ocasiones sentía envidia de sus compañeras que siempre estaban arropadas por sus mamás.
Pero ella, a decir verdad,  era  con su padre  con quien se sentía más a gusto. No sabía muy bien cual era el motivo pero, había muchas cosas que prefería hacer con él antes que con su madre. Ir de compras por ejemplo. Él la permitía probarse toda la ropa que quería. Su madre al contrario, la mayoría de las veces, la colocaba en la mano las prendas que a ella le gustaban y la mandaba ponérselas. También la preparación de la cena era un momento especial para Manuela. Su padre y ella, se pasaban un buen rato en la cocina disponiéndola. Begoña mientras tanto, seguía trabajando. Los fines de semana podía ser que su madre hiciera la comida, pero en la mayoría de las ocasiones; era enviada por algún restaurante, iban a comer fuera o, recibían la visitaban a la abuela Lucía que les traía unos maravillosos tupper llenos de ricas croquetas, albóndigas, cocidos y un sinfín de manjares que Manuela agradecía.  Muchas veces, escuchaba a su abuela como le decía a su padre:
-Si no fuera por mi  ¿Qué ibas a comer?, anda que tu mujer bien podía aprender a hacer algo eh - 
A Manuela aquello la hacia mucha gracias, entraba en la cocina y abrazaba a la  abuela Lucia  dándola las gracias por aquellas ricas comidas que le hacía.
Pero ahora estaba preocupada,  no la gustaba la situación que estaba viviendo en casa. Era consciente de lo que estaba pasando y aunque no se atrevía a preguntar nada, observaba cada gesto, cada movimiento, cada conversación que sus padres tenían.  Estaba claro lo que iba a pasar, sabía que era cuestión de tiempo que sus padres se separaran. No hacía falta ser muy lista ni más mayor, para darse cuenta de la situación. Ellos no se soportaban, lo mismo que ella no aguantaba a Felipe, su compañero insoportable de mesa. La diferencia era que a Felipe ella no le quería y a sus padres si, y sabía que iba a tener que perder sino el cariño, si su cuidado y  compañía diaria.
Intentó investigar por su parte. Sin decir nada a nadie, comenzó a conversar con niñas que tenían los padres separados. Se dio cuenta de un pequeño detalle, todas vivían con sus madres. Aquello era precisamente lo que mas la preocupaba. ¿Qué iba hacer ella sola todo el día en casa hasta que su madre llegara? ¿Cómo iba a vivir sin su padre?
Jimena una de sus amigas de clase, era una de ellas desde hacía poco tiempo. La niña nunca ocultó a sus compañeras lo que pasaba y todas  conocieron el proceso día a día, ya que la pequeña se encargaba de contar a sus amigas, todos y cada uno de los detalles. Recordó como  la contó detalladamente, que la habían llevado a hablar con un señor muy serio que la hizo un montón de preguntas; ella no sabía quien era, pero después su madre la explicó que era el Juez que llevaba el  divorcio, y la persona con la que ella había entrado en aquella habitación forrada de madera con unos cuadros horrorosos y un olor ha cerrado que hacia irrespirable el ambiente, era la abogada de su madre.
 Una tarde, su madre llegó a casa mucho antes de la hora en que normalmente lo hacia. Era tan pronto, que Manuela aún no había terminado los deberes.
-          Hola hija. ¿qué tal lo llevas? ¿Te falta mucho?
-          No, estoy ya con las mates, enseguida acabo, ¿por qué? ¿vamos a algún sitio?
Su madre la sonrió y la contestó negativamente con un movimiento de cabeza.
Ricardo que estaba pintando tal y como hacía  todos los días mientras Manuela terminaba sus deberes, dejó los pinceles en el bote del agua y fue detrás de su mujer hacia la cocina. Manuela, escuchó cómo la cafetera se ponía en marcha y el susurro de la conversación de los dos adultos.
Al cabo de un rato, sus padres entraron en la sala y se sentaron junto a ella. Manuela levantó la vista de su cuaderno de matemáticas y les miró a ambos. El momento había llegado, tal y como todas y cada una de sus amigas le habían dicho. Ya estaban allí los dos sentados, aparentemente tranquilos, relajados, mirando a la niña como si fueran a contarle algo, y… realmente, eso era lo que iban hacer.  Contarla algo. Algo que Manuela no quería escuchar; algo, para lo que todavía no estaba preparada.
Manuela cerró la libreta y posó su lapicero sobre ella. Levantó la cabeza y preguntó
- ¿Qué pasa? –
Los dos adultos se miraron sorprendidos. La dureza en la voz al realizar la pregunta, les dejó helados, nunca habían visto a su hija como lo estaban haciendo en ese momento. La carne se les puso de gallina y, por un momento los dos tuvieron la sensación de que Manuela sabía perfectamente lo que tenían que decirla.
-Tenemos que darte una noticia – le dijo Ricardo mientras agarraba su mano.
Manuela la apartó con rabia y la metió debajo de la mesa.
Los dos se sentían desconcertados. Conocían a su hija y sabían como era, pero estaban descubriendo una actitud en la pequeña que no entendían a que respondía.
La niña desplazó con sus piernas la silla hacia atrás haciendo fuerza con ellas y se levantó.
- ¡¿Os vais a separar verdad?! – dijo casi gritando. 
La sorpresa de Ricardo fue tal, que instintivamente también se puso en pie. Begoña por su parte, estiró su brazo hacia la pequeña y la acercó a su regazo. La cara de Manuela, reflejaba dolor, rabia, y miedo; las lágrimas se acumulaban en sus ojos a una velocidad mayor de la que ella  misma podía retirárselas con la manga de su camisa.
-Cielo, pero… ¿Qué estas diciendo? ¿De dónde has sacado esa idea? – La preguntó Begoña a la vez que la acunaba sobre su pecho-
- No, eso no es lo que te queremos decir, es algo… mucho más bonito. Tanto cómo… que vas a tener dos hermanos.
Manuela se incorporó, abandonó el regazo de su madre y se acercó a su padre que de pie, la esperaba con los brazos abiertos.
-          Y… ¿para eso tanto misterio?, tanta discusión, tantos gritos, ¿Qué tiene de malo tener más hermanos?
-          ¡No sabíamos como decírtelo! Son dos bebes los que están en camino, va a ser duro para los tres. – Contestó su padre mientras acariciaba su cabeza.
-          Eso no importa, si estamos juntos, seremos felices. Si somos felices, no habrá nada que pueda con nosotros. ¡Vaya susto que he pasado! Llevo días pensando en que ibais a separaros.
La niña se acercó a la mesa, recogió sus libros, los abrazó con fuerza y comenzó a caminar hacia su  habitación; con una gran sonrisa en los labios se volvió y  les dijo:
- De verdad… ¡Qué tontos sois!