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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















25 de abril de 2011

La percepción de Manuela


Los ojos de Manuela observaban con atención la escena  desde la ventana del comedor de su casa. Fuera, sus padres discutían.
Aquello se había convertido en algo cotidiano. Bien a una hora; bien a otra, las riñas entre ellos eran algo común desde hacía unos días. Manuela se dirigió a la puerta de entrada y la abrió. Ellos se volvieron hacia la pequeña a la vez y soltaron un grito: – ¡Entra y cierra!  
- ¡Mira qué bien!... en algo están de acuerdo – Pensó la niña.
La verdad es que aquella situación comenzaba a molestarla. Sabía por sus amigas y compañeras del colegio, que así habían empezado los padres de muchas de ellas y...  el final de aquellas discusiones, era en la mayoría de los casos el mismo. El divorcio.
Manuela comprendía lo que era aquello, de hecho había vivido con ellas, los malos ratos que algunas pasaban durante un tiempo debido a la adaptación a esa nueva vida; la cual,  las obligaba a desplazarse de un lado a otro cada fin de semana o, la añoranza diaria de uno de los dos, en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas la del padre. Después, con el paso del tiempo, ella  había notado como aquellas niñas iban recuperando la alegría e incluso, se sentían a gusto. El motivo era bien sencillo;  tanto unos como otros, consentían más sus caprichos y trataban en todo momento de tener contentos a sus hijos.  Disfrutaban de dos casas, y en  ellas, disponían de su propia habitación, tenían  dos regalos y dos fiestas de cumpleaños, en definitiva, todo se duplicaba.
La relación con su padre era especial y no podía imaginar lo que sería su vida sin verle todos los días. Al contrario que sus amigas, Manuela era con él, con quién pasaba más horas. Con él hacía los deberes, era él quien la llevaba a las diferentes actividades extraescolares que tenía a diario. Todas esas cosas eran motivo de complicidad entre ellos. Ella le gastaba bromas constantemente. Escuchaba las conversaciones que las madres tenían y luego le preguntaba con un aire socarrón… -¿Has tomado nota de la receta de pastel de nueces que han comentado?
Por otra parte la niña, también soportaba los latiguillos de los otros chicos cuando estos preguntaban por su madre, o las risas de todos  ellos cuando por ejemplo; había que llevar una camisa con remiendo cosida y algún gracioso preguntaba… ¿La cosió tu padre Manuela?  Pero todo eso a ella no la importaba lo mas mínimo. Ella sabía que en su casa, los trabajos estaban repartidos de otra manera y que era su madre, la que pasaba más tiempo en el trabajo. El despacho que dirigía Begoña,  absorbía todo su tiempo. Ricardo por su parte, aceptó de buena gana el rol de “amo de casa” cuando su mujer le planteó la posibilidad de ascender en su carrera.  No dudó un momento en que ella siguiera adelante; al contrario, apoyó su decisión. Él tenia suerte, su trabajo en el Banco le permitía disfrutar de  un horario  adecuado a sus necesidades familiares. Le daba la posibilidad de cuidar y atender a su hija.
De todo aquello Manuela era consciente. Asumió desde el primer día la situación. Sus padres se encargaron de hacerla ver, que el mundo actual ofrece oportunidades tanto a hombres como a mujeres y que en esta ocasión, su madre, era la persona que iba a llevar el peso del trabajo que se desarrolla fuera de casa. Por lo tanto, ella lo veía como algo natural. Jamás  la reprochaba; aceptaba los viajes de su progenitora igual que otros compañeros lo hacían con los de sus padres. Tampoco se sentía abandonada por ella, ni mucho menos. La quería como cualquier hija puede querer a su madre. Eso sí, en  ocasiones sentía envidia de sus compañeras que siempre estaban arropadas por sus mamás.
Pero ella, a decir verdad,  era  con su padre  con quien se sentía más a gusto. No sabía muy bien cual era el motivo pero, había muchas cosas que prefería hacer con él antes que con su madre. Ir de compras por ejemplo. Él la permitía probarse toda la ropa que quería. Su madre al contrario, la mayoría de las veces, la colocaba en la mano las prendas que a ella le gustaban y la mandaba ponérselas. También la preparación de la cena era un momento especial para Manuela. Su padre y ella, se pasaban un buen rato en la cocina disponiéndola. Begoña mientras tanto, seguía trabajando. Los fines de semana podía ser que su madre hiciera la comida, pero en la mayoría de las ocasiones; era enviada por algún restaurante, iban a comer fuera o, recibían la visitaban a la abuela Lucía que les traía unos maravillosos tupper llenos de ricas croquetas, albóndigas, cocidos y un sinfín de manjares que Manuela agradecía.  Muchas veces, escuchaba a su abuela como le decía a su padre:
-Si no fuera por mi  ¿Qué ibas a comer?, anda que tu mujer bien podía aprender a hacer algo eh - 
A Manuela aquello la hacia mucha gracias, entraba en la cocina y abrazaba a la  abuela Lucia  dándola las gracias por aquellas ricas comidas que le hacía.
Pero ahora estaba preocupada,  no la gustaba la situación que estaba viviendo en casa. Era consciente de lo que estaba pasando y aunque no se atrevía a preguntar nada, observaba cada gesto, cada movimiento, cada conversación que sus padres tenían.  Estaba claro lo que iba a pasar, sabía que era cuestión de tiempo que sus padres se separaran. No hacía falta ser muy lista ni más mayor, para darse cuenta de la situación. Ellos no se soportaban, lo mismo que ella no aguantaba a Felipe, su compañero insoportable de mesa. La diferencia era que a Felipe ella no le quería y a sus padres si, y sabía que iba a tener que perder sino el cariño, si su cuidado y  compañía diaria.
Intentó investigar por su parte. Sin decir nada a nadie, comenzó a conversar con niñas que tenían los padres separados. Se dio cuenta de un pequeño detalle, todas vivían con sus madres. Aquello era precisamente lo que mas la preocupaba. ¿Qué iba hacer ella sola todo el día en casa hasta que su madre llegara? ¿Cómo iba a vivir sin su padre?
Jimena una de sus amigas de clase, era una de ellas desde hacía poco tiempo. La niña nunca ocultó a sus compañeras lo que pasaba y todas  conocieron el proceso día a día, ya que la pequeña se encargaba de contar a sus amigas, todos y cada uno de los detalles. Recordó como  la contó detalladamente, que la habían llevado a hablar con un señor muy serio que la hizo un montón de preguntas; ella no sabía quien era, pero después su madre la explicó que era el Juez que llevaba el  divorcio, y la persona con la que ella había entrado en aquella habitación forrada de madera con unos cuadros horrorosos y un olor ha cerrado que hacia irrespirable el ambiente, era la abogada de su madre.
 Una tarde, su madre llegó a casa mucho antes de la hora en que normalmente lo hacia. Era tan pronto, que Manuela aún no había terminado los deberes.
-          Hola hija. ¿qué tal lo llevas? ¿Te falta mucho?
-          No, estoy ya con las mates, enseguida acabo, ¿por qué? ¿vamos a algún sitio?
Su madre la sonrió y la contestó negativamente con un movimiento de cabeza.
Ricardo que estaba pintando tal y como hacía  todos los días mientras Manuela terminaba sus deberes, dejó los pinceles en el bote del agua y fue detrás de su mujer hacia la cocina. Manuela, escuchó cómo la cafetera se ponía en marcha y el susurro de la conversación de los dos adultos.
Al cabo de un rato, sus padres entraron en la sala y se sentaron junto a ella. Manuela levantó la vista de su cuaderno de matemáticas y les miró a ambos. El momento había llegado, tal y como todas y cada una de sus amigas le habían dicho. Ya estaban allí los dos sentados, aparentemente tranquilos, relajados, mirando a la niña como si fueran a contarle algo, y… realmente, eso era lo que iban hacer.  Contarla algo. Algo que Manuela no quería escuchar; algo, para lo que todavía no estaba preparada.
Manuela cerró la libreta y posó su lapicero sobre ella. Levantó la cabeza y preguntó
- ¿Qué pasa? –
Los dos adultos se miraron sorprendidos. La dureza en la voz al realizar la pregunta, les dejó helados, nunca habían visto a su hija como lo estaban haciendo en ese momento. La carne se les puso de gallina y, por un momento los dos tuvieron la sensación de que Manuela sabía perfectamente lo que tenían que decirla.
-Tenemos que darte una noticia – le dijo Ricardo mientras agarraba su mano.
Manuela la apartó con rabia y la metió debajo de la mesa.
Los dos se sentían desconcertados. Conocían a su hija y sabían como era, pero estaban descubriendo una actitud en la pequeña que no entendían a que respondía.
La niña desplazó con sus piernas la silla hacia atrás haciendo fuerza con ellas y se levantó.
- ¡¿Os vais a separar verdad?! – dijo casi gritando. 
La sorpresa de Ricardo fue tal, que instintivamente también se puso en pie. Begoña por su parte, estiró su brazo hacia la pequeña y la acercó a su regazo. La cara de Manuela, reflejaba dolor, rabia, y miedo; las lágrimas se acumulaban en sus ojos a una velocidad mayor de la que ella  misma podía retirárselas con la manga de su camisa.
-Cielo, pero… ¿Qué estas diciendo? ¿De dónde has sacado esa idea? – La preguntó Begoña a la vez que la acunaba sobre su pecho-
- No, eso no es lo que te queremos decir, es algo… mucho más bonito. Tanto cómo… que vas a tener dos hermanos.
Manuela se incorporó, abandonó el regazo de su madre y se acercó a su padre que de pie, la esperaba con los brazos abiertos.
-          Y… ¿para eso tanto misterio?, tanta discusión, tantos gritos, ¿Qué tiene de malo tener más hermanos?
-          ¡No sabíamos como decírtelo! Son dos bebes los que están en camino, va a ser duro para los tres. – Contestó su padre mientras acariciaba su cabeza.
-          Eso no importa, si estamos juntos, seremos felices. Si somos felices, no habrá nada que pueda con nosotros. ¡Vaya susto que he pasado! Llevo días pensando en que ibais a separaros.
La niña se acercó a la mesa, recogió sus libros, los abrazó con fuerza y comenzó a caminar hacia su  habitación; con una gran sonrisa en los labios se volvió y  les dijo:
- De verdad… ¡Qué tontos sois!

2 comentarios:

  1. La crudeza real de una situación cotidiana reflejada en la vida de muchas familias al borde del abismo, se ha transformado en una tierno final que me ha hecho sonreir.
    A veces, las reacciones de los niños son más benévolas de lo que llegamos a imaginar, y te lo digo yo, jaja, que tengo una sobrina de diecisiete con dos hermanas gemelas de catorce.
    Un abrazo Conchi.

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  2. Me alegra que te hiciera sonreír. Te confieso que ese no era el final que tenia pensado, pero a medida que lo iba escribiendo, se me ocurrió y... si¡¡¡ porque no, vamos con un final feliz, que bastantes dramas ya tenemos.
    Gracias por leerme. Un beso.

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