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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















EL Sabor Amargo Del Halwa

 Conchi Revuelta

                                

Meses atrás, cuando al pasar delante del tablón de anuncios en la Facultad, Andrea vio aquella nota que decía: “Colabora con Somalia. Si te gusta la docencia, ésta es tu oportunidad”,  la chica no se lo pensó dos veces.  Anotó la dirección y se dirigió hacía ella.  Tan predispuesta fue a enrolarse en aquella aventura, que a los cinco minutos de estar escuchando la exposición sobre el asunto ya había tomado una decisión ¡Iría al Cuerno de África!... Somalia; un país velado, desconocido para ella y del cuál,  únicamente conocía su situación en el mapa e ignoraba, que la experiencia allí vivida,  iba a marcarla para siempre.
El día de su llegada al aeropuerto Qassim de Doblador en Bosaso, un calor sofocante  acompañado de un sol espléndido la recibió. En el hall de la terminal, un hombre oscuro como la noche, aguardaba  con un cartel inmenso que decía su nombre “Andrea Rostryllo”. Aquel detalle la hizo sentirse importante, creyó que aquello era el comienzo de una aventura fácil y transitoria que servía para engrosar los renglones de su Currículum. 
El trayecto no fue demasiado largo. Durante el mismo, apenas conversó con el chófer. Al llegar al destino el hombre bajó del auto, sacó sus maletas y las posó en el suelo. Sobre ellas,  colocó el cartel en el que figuraba su nombre. Sin decir ni una sola palabra desapareció de su vista.
Andrea arrastró su equipaje por la tierra seca y amarilla de aquel lugar. Una tierra áspera y gorda que se colaba entre los dedos de sus pies; evidentemente la sandalia que llevaba no era el calzado mas adecuado para un sitio como ese. El camino a seguir estaba marcado; lo único que se  divisaba en aquel llano, era una  casa grande, un edificio de una sola planta pintado de color azul y con unas hermosas letras amarillas, las cuales, tatuadas sobre la fachada principal  decían:  “ école ”.
A su encuentro salió una mujer que gritó su nombre y corrió en su ayuda. Era Isa, la Directora de la escuela. Llevaba años trabajando con la Asociación en Bosaso;  fue una de las promotoras del proyecto y se había convertido en el “Alma Máter” del mismo. Estaba muy considerada y era respetada por las autoridades de la zona, además, su influencia era notoria en todo el distrito. 
Isa la indicó su habitación, la mostró los lugares comunes y  las pequeñas pero alegres aulas. A continuación, la presentó a las mujeres con las que iba a convivir durante su estancia,  luego, la ofreció una taza de café en la cocina.
Allí  conoció a Halimo. Era una mujer muy bella; su altura y su cuerpo eran envidiables, aún con su atuendo blanco, el requerido para su trabajo en la escuela, resultaba elegante y distinguida; con toda seguridad en cualquier lugar del mundo se volverían a mirarla.
La cocina era el lugar donde todas se reunían, allí charlaban, preparaban el trabajo del día siguiente o, simplemente, pasaban un rato de descanso.
Andrea estaba deslumbrada con todo aquello que estaba viviendo; atendía con los cinco sentidos las explicaciones e instrucciones que Isa la estaba dando.  No veía el momento de conocer a las niñas a las que iba a enseñar.
Las pautas para la formación que debía impartir, se las marcaron en Barcelona. Allí la entregaron un dossier que contenía indicaciones de todo tipo; aparte de las propias de la docencia,  sugerían las vacunas recomendables, la ropa adecuada, los alimentos que debía y no debía comer y, un sinfín de datos que era necesario que tuviera en cuenta.  Todo menos la realidad.
El primer día en la escuela, no pudo contener la emoción cuando Isa la presentó a sus alumnas. Eran niñas de entre cuatro y diez años. Todas ellas puestas en pie la  obsequiaron con una alegre canción popular de bienvenida. Aquel maravilloso sonido afinado,  dirigido desde el corazón de las pequeñas a sus gargantas, hizo aparecer las lágrimas en los ojos de la muchacha.
Durante las horas en las que no impartía su clase, se acercaba a las pequeñas intentando saber de sus familias, de sus vidas, de sus inquietudes. Andrea buscaba la manera,  pero no era fácil.
            Fue, durante  una conversación con Amira, una pequeña  de ocho años dulce como el azúcar moreno y cuya estampa apuntaba en un futuro a una linda muchacha, cuando comenzó  a darse cuenta de cómo vivían aquellas niñas. La joven maestra,  descubrió según la narración que Amira hizo de su vida, lo que suponía la escuela para ellas y la suerte que tenían de poder estar allí durante la semana.  Ella, a diferencia de otras compañeras, permanecía constantemente en el colegio; las demás, volvían a sus casas cada fin de semana.
Andrea supo por la niña, que los dos días que pasaban con sus familias, eran jornadas de trabajo duro que además,  iban acompañadas de desprecios constantes. 
Amira la contó que su madre tuvo sólo cuatro hijos; tres varones y una mujer; ella,  la última en nacer. Andrea socarronamente, preguntó si la parecían poco cuatro hijos.  La niña sonriendo respondió:
-    La mayoría de las mujeres ¡cómo poco… tienen seis! ¡Al  menos las que yo conozco!
-  ¿Por qué sólo tuvo cuatro hijos? – Con curiosidad, la profesora interpeló de nuevo.
 La pequeña justificó aquel dato diciendo que su padre, había fallecido ahogado en medio del Golfo de Adén cuando emigraba hacia Arabia Saudí en busca de  trabajo. La niña no recordaba cuánto hacia de eso pero sí, de que fue al poco tiempo de llegar ella a la escuela. 
Amira consiguió ingresar en el centro  gracias a la intervención de una enfermera del ambulatorio de su distrito.  Con apenas dos años, contrajo unas fiebres;  su madre de acuerdo con  la sanitaria, convenció a su padre para que este diera su autorización al internamiento de la pequeña en la escuela. Con la escusa de que las fiebres podían ser contagiosas y el riesgo de transmisión a sus hermanos era elevado, el hombre  accedió a dicha propuesta.
Todos esos datos Andrea ya los conocía, Halimo se lo había contado añadiendo algún que otro detalle más, que seguramente la niña, desconocía u omitía.
Su madre venía a visitarla alguna vez y cuando ésta se iba, la niña se mostraba preocupada. Aquella mujer vivía con su hijo mayor, Abasi, quien la maltrataba  y humillaba continuamente. A su antojo y con frecuencia, invitaba a su  casa a  los miembros del Clan al que pertenecía, obligando a su progenitora a atenderles como si fuera criada de todos ellos. Amira creía, que su hermano pertenecía a algún escuadrón pirata y era consciente, de que su madre vivía continuamente aterrada. 
Respecto a sus otros hermanos, no tenía noticias de ellos desde hacía mucho tiempo. La tiranía del mayor los hizo abandonar la casa. Las dos desconocían su paradero.
Andrea deseaba salir del recinto de la escuela, necesitaba ver como era la ciudad; conocer los mercados, otear como trabajaban los habitantes de ese lugar o, simplemente, saber de qué  modo ocupaban las horas del día.
Encontró la oportunidad de hacerlo con  Isa y Halimo.  
Ellas todas las semanas se acercaban al mercado de Bandar en Bayla; el distrito al que  pertenecían era el de Caluula y a pesar de estar mucho más cerca, tener mejores productos y ser más grande,  preferían desplazarse a Bandar Bayla para evitar posibles encuentros  con gentes que no eran de su agrado. Andrea  decidió acompañarlas. Como Amira no debía quedarse sola, convenció a Isa para llevarla con ellas. Halimo no estaba de acuerdo.
-     ¡La niña está mejor en la escuela!  ¡Cuánto menos aparezca por la ciudad mucho mejor! – exclamó molesta con las dos mujeres.
La chica no comprendía el por qué de aquellos miedos, ¿Qué podía pasar si Amira iba con ellas? ¿Quién iba de decirla o hacerla nada? Pero… las respuestas a todas  aquellas preguntas las obtuvo en su visita a Bayla. 
Las cuatros mujeres aparcaron el Jeep cerca del mercado. Antes de bajarse del todoterreno,  Halimo advirtió a Andrea:
    Por favor, no la sueltes en ningún momento. 
    No, no te preocupes, estaré atenta a ella.
La chica  se quedó preocupada al notar la expresión en la cara de la mujer. Contenía una gran dosis de dolor y de angustia, denotaba miedo, más que eso; reflejaba terror.
Paseaban tranquilamente entre los puestos del mercado, por un lado Isa y Halimo regateaban en aquellos donde los mercaderes  ofrecían  alimentos básicos. Por otro, Andrea y  Amira, observaban los diferentes artículos que allí se  vendían; ropas, calzados, libros… Un olor dulzón, hizo girar sus cabezas aducidas por el aroma, se acercaron hasta uno de ellos y en él, los dulces que se exhibían  parecían decir –cómeme-. Andrea le guiñó un ojo a la niña y  tomó dos de aquellas pastas, su forma era similar a la de los capullos de seda,  estaba hecho de una masa dulce que escondía en su interior dátiles, albaricoques secos y nueces picadas, lo llamaban “halwa”, y según la explicaron,  era un postre originario de Arabia que se había extendido por todo el Continente Africano.
Mientras Isa y Halimo adquirían los alimentos que necesitaban, ellas se sentaron en una esquina a comer su “halwa”. De repente, Amira se levantó y se colocó detrás de Andrea. – No te muevas por favor, no te muevas – le susurró a la chica.
-     ¿Qué pasa?  Pero… ¿Por qué te escondes?
-     ¡Por favor no te muevas!, no lo hagas o me verá
-     ¿Pero… quién?
-     Mi hermano, mi hermano mayor Abasi. Si me ve… me llevará con él.
Andrea no conocía los motivos, no entendía muy bien que era lo que pasaba, pero el terror que sintió en la voz de la pequeña la contagió y, como provocado por el sobresalto, el sabor azucarado del trozo de halwa que tenía en la boca, agrió su paladar en un momento.  Estiró la cabeza buscando a sus compañeras para alertarlas del peligro. Frente a ellas, Halimo observó la escena; dirigió su mirada hacia donde  Amira  vigilaba y vio para su desconsuelo que la niña se escondía de su hermano. La mujer con disimulo, le comentó a Isa lo que pasaba; pagaron la compra sin prisas y se dirigieron hacia ellas.
Al intentar escabullirse, los nervios propios de la situación hicieron que una de ellas tropezara con unos sacos de legumbres.  Estas, se desparramaron por el suelo causando el enfado del tendero quien a gritos, se quejaba del destrozo ocasionado. 
El bullicio provocado por el incidente, alertó a Abasi e hizo que  fijará su atención en ellas. El chico al reconocer a la pequeña, corrió por los estrechos pasillos interiores del mercado y logró acercarse lo suficiente como para verificar que aquella niña era su hermana Amira. Intentó alcanzarlas, pero ellas consiguieron subir a tiempo al jeep y arrancaron a gran velocidad.  Pasaron como un rayo al lado del muchacho que gritaba y corría detrás del coche. 
Durante el trayecto y lejos ya del mercado, Andrea enfadada pidió explicaciones sobre el incidente que se había producido:
-     ¡Queréis explicarme qué pasa!  ¿Por qué huimos del hermano de Amira? ¡Decid algo! ¡Hablad por favor!
Isa miró a Andrea por el espejo retrovisor y la dijo:
-    Ya hablaremos, ya sabrás, contestaremos todas tus preguntas pero eso… será cuando lleguemos, ahora no es el momento. ¡Ahora no Andrea!
Las tres mujeres sentadas en la cocina, intentaban ahogar el susto que aún tenían dentro tomando un café frío. Andrea se puso en pie y pidió de nuevo una explicación. Isa levantándose de su silla  dio un manotazo en la mesa; luego, apoyó sus manos en la misma infligiendo sobre ella toda la fuerza que pudo en señal de rabia contenida. Mirando a  Halimo fijamente y en tono alterado la dijo:
-          ¡Será mejor que seas tú quién la ponga al corriente de lo que pasa en este País!   
A continuación,  dirigiendo su mirada hacia Andrea añadió:
-     ¡Parece mentira que seas tan ignorante! ¡No te has preocupado en saber nada sobre esta gente! Vives aquí como si estuvieras de vacaciones. No eres capaz de ver el dolor en los ojos de las niñas, de notar la falta de alguna de ellas durante semanas. ¡En que mundo vives, dónde estás tú realmente! Te dijimos que era peligroso, pero tú… tuviste que llevarla, te empeñaste en que viajara con nosotras ¡y mira! ¡fíjate bien, ves lo que has conseguido!
Isa le soltó a la cara toda la furia que acumulaba desde hacía tiempo. De alguna manera Andrea pagó la impotencia que sentía aquella mujer y de la que realmente, la chica no era en absoluto culpable.  
Se dio la vuelta y salió dando un portazo.
La cocinera la indicó con su mano que tomara asiento. Frente a ella, al otro lado de la mesa, Halimo hizo lo mismo y comenzó a hablar:
-     Ser mujer en Somalia, es lo peor que le puede pasar a nadie;  es una condena, una muerte lenta y cruel que debemos soportar todos y cada uno de nuestros días en esta tierra. Para nosotras no hay derechos, sólo existen obligaciones y deberes. Vivimos para ser esclavas, para ser objetos serviciales, para ser ignoradas, pisoteadas y maltratadas física y psicológicamente.  Sufrimos desde que nacemos porque nacemos para sufrir.  No se nos está permitido gozar de los placeres de la vida. Y… lo peor de todo es… que somos nosotras mismas las que apoyamos el desmembramiento de nuestros cuerpos. Manos de mujer desgarrando niñas, inflingiendo dolor y destrozando su existencia.
Halimo hablaba pausadamente, con la mirada puesta en el infinito, sin apenas pestañear.
-      Tengo treinta años. Hace veintitrés, los señores de la guerra entraron en mi casa y asesinaron a toda mi familia. Mis padres y hermanos quedaron envueltos en un tremendo charco de sangre. Eso es lo que encontré cuando volví a la choza donde vivíamos.
El destino quiso salvarme la vida y lo hizo dos veces.
Al día siguiente de aquel ataque, yo iba a ser mutilada.
Mi madre, una mujer terca y radical, educada con saña en nuestra cultura, tenía preparados todos sus instrumentos. Sí, mi madre era una de ellas, una  “gudniin”, curandera… matrona… es igual, una de esas mujeres que se dedican a terminar con la infancia de las niñas a golpe de cuchilla. Una depredadora que apoyada en unos dogmas absurdos y brutales, rompen la alegría de las pequeñas. “La transformación a mujer pura” -lo llaman-. He visto demasiadas veces ese proceso; tengo metidas en mi retina sus caras de angustias. En mis oídos resuenan sus voces de dolor y sus suplicas. Luego… esa imagen, esa mirada huidiza; el silencio provocado por la impotencia, el miedo y el cansancio producido por el sufrimiento en que quedan sumidas. La imagen de mi madre que… finalizada aquella mutilación, enrollaba las piernas de las pequeñas,  desde arriba con una soga hasta los dedos gordos de los pies, “Es una manera de ayudar a la cicatrización y de proteger la virginidad de la joven” - me decía –
 Halimo  necesitaba tomar aire, descansar un instante, los recuerdos la desbordaban. Con los ojos llorosos y el gesto desencajado,  pidió a la chica que la disculpara un momento.
Andrea permanecía en silencio. Era conocedora de ese tipo de  intervenciones, sabía lo que era la ablación, había leído sobre ello pero… jamás pensó ni por un momento, que pudiera llegar a vivirlo tan de cerca.
       Tanto, que su corazón comenzó a latir a un ritmo acelerado y un escalofrío recorrió su espalda de abajo hacia arriba. Sintió miedo, temió por su vida, pero… su cordura la hizo reflexionar. No debía temer por ella sino por las niñas que estaban a su cargo; ellas eran las sufridoras, el blanco fácil.
Su cuerpo volvió a estremecerse de nuevo.
Después de unos minutos Halimo volvió a la cocina. La mujer traía en sus manos una pequeña caja de madera. La posó sobre la mesa y la abrió con cuidado. En su interior y envuelto en un trapo amarillento, se escondía tres objetos; una cuchilla roñosa, un carrete de hilo y una aguja gorda.
-     Con esto, ya puedes arruinar la vida de una mujer. Con esto y sin ningún escrúpulo, sin ningún perjuicio, sin… bueno. Pienso que se hace por venganza, que unas a otras castigamos nuestra cobardía continuando con esta bestialidad. -  Si yo pasé por ello, mi hija también pasará, igual que lo pasó mi madre y la madre de mi madre - Eso creo que es lo que piensan. ¡Y lo hacen por venganza, por rabia, para no ser sólo ellas las mutiladas!
Halimo hablaba a la chica mirándola a la cara, evitando ver el contenido de aquella caja. Y añadió:
-     Para las gentes de esta parte del mundo, no se considera el clítoris como  un órgano; ellos más bien creen, que es sólo algo que está ahí y no debe de estar. Hay que quitarlo para que la niña sea normal. Es un órgano que debe desaparecer. La mujer ha de estar en estado de sumisión respecto al hombre, sin experimentar placer; es él quien debe tenerlo. La ablación es un valor social en esta cultura.  
Andrea no supo que responder. En su mundo no se entendían aquellas mutilaciones, las censuraban desde la distancia pero no eran capaces de erradicarlas. Comprendió  el peligro al que se enfrentaba la pequeña Amira, sus ocho años eran idóneos para la infibulación.
Sin levantar la vista de los instrumentos castrantes que contenía aquella caja, Andrea le preguntó:
-     Y… a ti… ¿llegaron a mutilarte?
Después de unos segundos, Halimo tomó aire, se limpio las lágrimas con el delantal  y contestó que no moviendo la cabeza. Acto seguido añadió:
-     Yo pertenezco a las mujeres impuras… promiscuas; esas que no sirven para el matrimonio.  Sino te cosen los labios, ningún hombre aceptará casarse contigo. Pero… ¡no me importa!. ¿Para qué quiere una mujer en Somalia casarse? Te empreñan y cuando se cansan de ti te dejan, o buscan la manera de quitarte del medio. A muchas mujeres las violan incluso conocidos de sus maridos; luego él, se reúne con la familia del otro y negocian una solución; económica por supuesto, después se divorcian dejándolas abandonadas.
- ¿Cómo… cómo  tienen relaciones sexuales si sólo las dejan un pequeño…? - Preguntó Andrea con vergüenza-
-      Esa, es la segunda parte de este proceso.
Cuando faltan unos días para el casamiento; el futuro marido se encarga de examinar a la mujer. Si sus labios no están cosidos, o le parece que han sido profanados, la repudia. Si por el contrario le parece bien, la muchacha es sometida a una nueva intervención. La “gudniin” vuelve a abrir sus labios con otro corte, permitiendo con ello el hueco necesario para el coito.
Hace tan solo un mes, una pequeña que estuvo aquí con nosotras, murió por ese motivo. Y... días antes, una de mis mejores amigas, vio como su hija moría desangrada sin poder hacer absolutamente nada. Ella no pudo salvarla a pesar de no estar de acuerdo. Muchas veces me pidió ayuda e intenté proporcionársela pero… no tuvo suerte, su suegra le arrebató a la pequeña mientras ella viajaba con su esposo a visitar a un familiar. Por supuesto, con la colaboración y autorización del padre, “la vieja” practicó la intervención en su ausencia. Cuando regresó mi amiga, su hija acababa de fallecer.
Mientras Halimo relataba aquella barbarie, Isa entró de nuevo en la cocina.
Mas calmada, tomó asiento junto a ellas y escuchó con atención la conversación.
Andrea cogió las manos de ambas mujeres y pidió que la perdonaran.  Entre dientes susurro – Dios ¿Qué le he hecho a Amira?
Isa contestó su pregunta intentando vaciar su culpa.
-          No eres tú quien lo hace. Perdona mis reproches anteriores, no eres tú,  es este Continente. Son sus gentes ignorantes y frías. No entienden, no quieren comprender, no les importa el sufrimiento de sus mujeres. Es un mundo de hombres, de bestias sin corazón, sin sentimientos.
¡Pero ahora tenemos que ocuparnos de Amira, hay que proteger a esa chiquilla!
 Su hermano vendrá, estoy convencida de ello. Ese animal pertenece a un clan, no se cual exactamente, pero…si viene a por ella, puede que no lo haga sólo.

Los días transcurrían en la escuela sin mayores complicaciones.
Andrea, después de la conversación que tuvo con Halimo, siempre que tenía oportunidad, se acercaba a ella buscando compañía. La mujer se sentía arropada, comprendida por Andrea y muchas veces, bromeaban sobre lo que hubiera sido su vida si estuviera en otro País. La contó cuál eran sus inquietudes y la envidia que sentía al observarla en las aulas con las pequeñas. Ella siempre deseó ser educadora; de pequeña en las pocas ocasiones que tuvo de asistir al colegio, devoraba los libros y repetía las cuentas sin parar, las borraba y las volvía hacer. Cuando su padre se dio cuenta de la atención que podía por los estudios, decidió que era el momento de que dejara de asistir a la escuela.
Poco después, aquellos asesinos terminaron con su familia y ella, tuvo que vivir como pudo. Mendigando comida y vagando de un lugar a otro estuvo casi dos años. Un buen día conoció a Chiara, una mujer italiana que trabajaba en una asociación internacional de ayuda a la mujer Somalí. Ella la protegió durante mucho tiempo, se convirtió en su “mamma”. Aprendió muchas cosas sobre el mundo y  las personas. Con ella perfeccionó su escritura y heredó su gusto por la lectura; pero de nuevo la guerra volvió a dejarla huérfana. En las últimas revueltas en Somalia un trozo de metralla alcanzó a Chiara en la cabeza y la mató en el acto.

Una tarde en la que las tres mujeres conversaban tranquilamente y se reían de sus propias ocurrencias, advirtieron en la lejanía como el polvo del camino se levantaba, era una señal inequívoca de que un coche se acercaba al lugar.
Sorprendidas ya que no esperaban visita,  se levantaron y  salieron al encuentro del Jeep. A medida que este se aproximaba, Halimo reconoció el auto. Advirtiendo a sus compañeras y  salió corriendo en busca de Amira.
El coche  era conducido por Abasi el hermano de la niña,  en el asiento de atrás, viajaba  Nuuro, su madre.
El joven se bajo del coche y sacó a la mujer del mismo tirando con fuerza desmedida de su brazo. Al salir Nuuro perdió el equilibrio y cayó como un saco sobre la tierra seca. Isa, se adelantó desafiante en dirección a los visitantes. Andrea, que permanecía escondida como la indicó Halimo, corrió dentro de la casa en busca de la pequeña.
Abasi estaba alterado, daba unos gritos terribles; zarandeaba a su madre mientras la exigía que pidiera a Isa que le devolvieran a Amira. Nuuro, con la cabeza metida entre el pecho no pronunciaba ni una sola palabra. Recibía los golpes que su hijo la daba sin decir absolutamente nada; uno de ellos provocó que sus rodillas quedaran de nuevo clavadas en el suelo.
El hombre volvió abrir la puerta del coche y sacó una navaja de grandes dimensiones. Tiró hacia atrás del hiyab que su madre llevaba puesto y dejó al descubierto su testa; con brutalidad, la agarró del pelo haciendo que ésta dirigiera su cabeza hacia atrás dejando a la vista su cuello; alzó la otra mano donde portaba la navaja y mirando desafiantemente a Isa, gritó:
-¡Dame a mi hermana Amira, es mía! ¡La he comprometido y debo  hacerla pura para su futuro marido! ¡Entrégala o la mato! ¡Me oyes! ¡Mato a esta mujer!
Isa observaba aterrada como Abasi colocaba la navaja sobre el cuello de Nuuro, no podía creer lo que estaba sucediendo. El muchacho estaba fuera de sí, era capaz de terminar con la vida de su madre sino le entregaban a la pequeña.
Amira había sido comprometida en matrimonio a uno de los jefes del clan al que Abasi pertenecía. Aquello le aportaría al joven una suma de dinero y bienes que no estaba dispuesto a perder.
Halimo y Andrea se encontraban dentro con la pequeña. Desde allí podían escuchar perfectamente todo lo que pasaba afuera. Se dirigieron a la cocina y una vez allí, Halimo le pidió ayuda a las dos para mover el aparador. Bajo el mismo, se escondía una  trampilla que cerraba la entrada a un zulo. La abrieron rápidamente y mandaron a Amira que bajara y estuviera callada.
Los ojos almendrados de Halimo se clavaron en los de Andrea por un instante; luego su vista se perdió en el infinito mientras pensaba apresuradamente en lo que podían hacer.
-     Tienes que ayudarme, él no sabe que tú estas aquí, piensa que en la casa sólo estamos Isa y yo con la pequeña, por eso ha venido solo; de lo contrario hubiera traído algún miembro de su clan con él. – le dijo Halimo a la joven.
-     Dime ¿Qué piensas? ¿Qué quieres que haga? Haré lo que sea necesario para impedir que se la lleve. ¡Dime qué hago!
-     Tranquila, se que lo que voy a pedirte… voy a...  es… bueno, necesito que te quedes aquí escondida. Yo saldré y le animaré para que entre a buscar a la niña. Cuando pase a la cocina, tienes que darle fuerte con esto - Halimo, le entregó a la chica una especia de machete.
-     Pero… ¡si le doy con esto le mataré!
-     Exacto, no tenemos otra salida, pero… si no puedes lo entenderé.
Andrea se colocó detrás de la puerta y se arrimó a la pared. Sentía como  su cuerpo iba empequeñeciéndose; las manos la temblaban y un sudor frío la recorría de abajo a arriba; apenas podía sostener el arma. No sabía si iba a ser capaz de atizar a aquel muchacho con él.
De repente recordó todo lo que la habían contado, las aberraciones a las que sometían a las niñas, los sufrimientos que aquellos hombres infundían  alegremente sobre los pequeños y desprotegidos cuerpos infantiles.  Agudizó su oído intentado atender lo que sucedía en el exterior.
 Escuchó las voces de Halimo y Abasi que discutían en una lengua que ella no conocía. De fondo, percibía los lamentos de Nuuro.
El silencio se hizo de repente durante un instante pero, la ausencia del ruido se rompió con los pasos  del hombre, los cuales, apresurados y fuertes retumbaban sobre el suelo de madera. El corazón de Andrea comenzó a acelerarse, sentía su presencia a poca distancia. Las voces cada vez más cercanas, iban indicando la situación en la que él se encontraba. 
Respiró hondo y estiró su cuerpo. Sin apenas moverse, fue elevando sus manos, en ellas portaba el machete, las subió poco a poco hasta colocarlas por encina de su cabeza, desde esa posición debía conseguir noquear a Abasi. 
La puerta se abrió golpeando su pie y rebotando hacia delante. Abasi, se dio cuenta de que algo o alguien estaban tras ella.  El joven con un movimiento brusco, tiró de la misma hacia él dejando al descubierto la imagen de Andrea pegada a la  pared.
Sin tiempo de reacción, la chica vio como el hombre se desplomaba. En su espalda llevaba clavada una  especie de hoz que había atravesado su corazón. Al instante, el viscoso líquido rojo que emanaba de su cuerpo comenzó a flanquear el cadáver. 
Halimo, con la cara salpicada de sangre, tomó de las manos de Andrea el machete y lo dejó caer; se acercó a la chica y la abrazó con fuerza.
Isa y Nuuro entraron deprisa en la cocina. Cuando la mujer vio a su hijo  muerto en el suelo, se situó cerca de él procurando esquivar su sangre; lo miró con desprecio y escupió sobre el cadáver; ni una sola señal en su rostro denotaba dolor o angustia por su perdida. Buscó con la mirada  y encontró un saco viejo en una esquina, lo sacudió y lo tiró sobre el cuerpo inerte, luego se limpió las manos sobre su vestido y se aproximó hacia el aparador. De un sólo tirón, dejó a la vista la trampilla la abrió y llamó a la  pequeña. La madre  la  subió en sus brazos y salió con ella por la puerta trasera evitando que la chiquilla, pudiera contemplar la imagen de su hermano muerto.
Rápidamente Isa acercó el vehículo de Abasi a la parte de atrás de la casa y  entre las tres, introdujeron el cadáver en él. Previamente, habían envuelto el cuerpo con unas mantas viejas y haraposas.
Isa se alejo conduciendo el vehículo. Tras ella en el jeep de la escuela, Halimo la seguía. Mientras tanto en la cocina, Nuuro y Andrea, limpiaban en silencio.
Tras un largo trayecto y después de cumplir con la misión que las había llevado hasta aquél bello lugar, las dos mujeres exhaustas, contemplaban el atardecer sobre la desembocadura del Baalade.
Su lugar preferido, su maravilloso escondite, el sitio al que Isa acudía de vez en cuanto en busca de paz,  se acababa de convertir en un cementerio que ella misma había alimentado.
Con la mirada puesta sobre el bello estuario, ambas mujeres decidieron no hablar nunca más sobre aquello; ni decir a las otras dos implicadas en aquel asesinato, donde había ido a parar el coche con los restos de Abasi. Poco a poco de su vista iba desapareciendo el auto y con él, sumergido en aquellas aguas mitad fluviales mitad marinas, quedaba para alimento de los peces el cuerpo de un hombre.

La cruda experiencia vivida en Somalia, acompañaría siempre a Andrea.  Se dirigió a la habitación con la cabeza gacha y los ojos llorosos. Nunca iba a poder olvidar lo vivido durante su estancia. Recordaría siempre a todas y cada una de las niñas; sufriría en la distancia con ellas. Un gran sentimiento de tristeza la invadía mientras su cabeza, repetía una y otra vez, “Eres una cobarde, no eres capaz de luchar por ellas”. Cerro la maleta, la cogió y salio hacia la calle.
Pacientemente, el mismo hombre oscuro como la noche que la recibió, aguardaba dentro del auto. Las que hasta ese momento habían sido sus compañeras la despidieron con un abrazo sincero, sereno, largo y lloroso.
Andrea buscó con la mirada a Amira. La niña, sentada en uno de los bancos que rodeaban la casa, intentaba controlar el llanto. La joven  se dirigió hacia ella. Cogió su mano y colocó sobre su palma un papel doblado. En él se podía leer: “Si algún día quieres salir de aquí, llámame. Vendré a buscarte”. Abrazó a la pequeña y besó su mejilla.  En el mismo instante, su boca adquirió sabor amargo; el mismo sabor acerbo que produjo aquel día el “halwa".

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