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"En lo alto de una pequeña colina llamada Incí, desde donde se divisa el pueblo de Hoblut, ...."
Así comienza esta historia; divertida, alegre, diferente, emocionante, alucinante ... Los Pegimun
Pronto podrás descubrir sus aventuras y disfrutar con ellos de ciento y una peripecias.















18 de septiembre de 2010

La soledad de Julia

Subió tan deprisa las escaleras que el aire la faltaba. No estaba acostumbrada a correr y además, los nervios se iban apoderando de ella según se acercada a su destino

Revolvió hasta encontrar las llaves en su bolso. Su tía se las había entregado hacia muchos años, pero esa iba a ser la primera vez que las utilizaba. Nunca la gustó abrir la puerta sabiendo que ella estaba dentro, prefería llamar al timbre y esperar, hasta escuchar la voz melodiosa y dulce de la anciana preguntando… ¿quien es?. Recordó en aquel momento que las  cogió, debido su  insistencia,  -por si me pasa… algo mujer, cojéelas- le había dicho.  Abrió la puerta, y, en ese momento, supo que algo malo estaba pasando allí, un olor desagradable, se respiraba por todo el piso.

Caminaba con cautela por las diferentes estancias de la casa y a la vez llamaba a su tía insistentemente, por momentos el miedo se apoderaba de ella, la situación se la estaba haciendo dolorosa, segundo a segundo sus peores presagios iban haciéndose más latentes.

Frente a ella, al fondo del pasillo, vio una puerta cerrada, era la habitación de Julia, dio unos pasos mas, agarro con fuerza y temor la manecilla y… abrió. El espectáculo era totalmente desolador, sobre una cama adornada con un cabecero de barrotes plateados, yacía un anciano al que no conocía, sobre él y  rodeada con su brazo estaba Julia.

Apenas tuvo tiempo de acercarse para comprobar si su tía respiraba cuando comenzó a oír el murmullo de las personas que la precedían, el 061 ya había llegado y apartándola hacia un lado, examinaron a la anciana que aún respiraba. En un abrir y cerrar de ojos salieron con ella a toda prisa escaleras abajo. El hombre estaba muerto, tal y como ella intuyó al abrir la puerta de aquella habitación.

Después de un buen rato de espera, la auxiliar de urgencias la acompañó hasta el Box donde estaba su tía. Al acercarse a ella, la apretó la mano y la besó en la frente, ésta conectada a un sinfín de aparatos parecía dormida.

Según notó la presencia de la joven, Julia abrió los ojos e intentó levantarse la mascarilla que tenia sobre la boca. Los ojos de la anciana se clavaron en los de Isabel.  

- Se acabó – susurro casi sin aliento.
- No digas eso tía, verás que pronto nos vamos a casa a tomar un cafetito.
- No hija, eso no va a ser, ya no me queda mucho tiempo.
- Dime tía, ¿Quién era ese hombre?, ¿Qué hacia contigo en casa? ¿Qué pasa? , ¿Te hizo daño? Qué…?

Julia con un gesto hizo callar a la chica y, tirando de su mano la invitó acercarse más a ella. Apenas sin voz, la dijo:

-  Hay poco que contar. El formaba parte de mi vida, desde hace unos meses vivía conmigo, compartíamos la vida, nos hacíamos compañía.

- Pero, yo nunca le vi, no lo sabia.
- Nunca le viste, porque yo no quise, porque no quería compartir esa parte de mi vida. Me llegó muy tarde, si, demasiado tarde, pero ha sido tan fuerte el cariño, tan intensos los días, tan grande  la ilusión que… no quería, no quería compartir con nadie mi alegría, no quería tener que escuchar reproches, tener que ver malas caras, tener que aguantar tonterías. Era… mi vida.

- ¡Pero tía!
- Escucha niña, escucha.
Una tarde, coincidimos en el parque, su cara se me hizo conocida, comenzamos hablar y en cuanto escuché su voz recordé. Gustavo, que así se llamaba, fue un antiguo compañero de colegio, hacia muchísimos años que no le veía. Me contó, que estuvo viviendo en otra ciudad hasta que por una serie de acontecimientos, decidió volver a su provincia. Me contó muchas cosas de su vida, vivía en la calle desde hacía dos años, los motivos no  tengo fuerzas para contártelos. En el parque nos vimos durante semanas, yo le llevaba algo de comer, un bocadillo, un poco de fruta; al principio lo hice por pena, pero con el paso de los días mi corazón empezó a sentir algo por el, y un día, viendo que el invierno se acercaba, pensando en el frío que iba a tener que soportar, se me ocurrió llevarle conmigo a casa. El no quiso de entrada aceptar mi ofrecimiento pero yo insistí. De eso hace ahora tres meses.
Claro que tus no sabias nada, cuando te fuiste, él aún no estaba en casa, y cuando llamabas no me atrevía a decírtelo, sabía que no ibas a entender la situación, por eso esperaba tu llegada para contártelo.

La anciana cerró los ojos e inspiró, parecía querer coger impulso para continuar pero, su expiración fue profunda y definitiva.

Isabel, cogió su mano y la apretó con fuerza. -No te juzgo porque te quiero, no soy nadie para hacerlo. La soledad es una pesada roca que se asienta sobre nosotros hasta que nos inmoviliza, tu solo encontraste ese punto de apoyo necesario para levantarla, seguramente mereció la pena. Te envidio tía. 

2 comentarios:

  1. jope quiero mas q ha pasado con julia???

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  2. No quiso compartir su alegría con los demás, como un niño que no quiere compartir su juguete.
    Me ha parecido un relato muy tierno.

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